martes, 19 de noviembre de 2013

EN BABIA (MICRORRELATO)


Siempre que atravesaba esa larga avenida con varios puntos semafóricos en los diferentes pasos de peatones que existen en la misma, pensaba lo mismo, que quién sería el responsable municipal que había decidido que los semáforos estuvieran con la luz ámbar intermitente encendida al tiempo que los peatones tenían encendida la luz verde que les permitía cruzar la ancha calle.

Le costó mucho tiempo entender la dinámica de funcionamiento de esos semáforos y la lógica a la que respondían, ya que no le parecía razonable que se permitiera el paso a ambos usuarios al mismo tiempo en un calle de esa magnitud, si bien, cierto es, los vehículos rodados, al estar intermitente la luz ámbar, avisados quedaban de que debían circular con precaución.

 A base de observación, con el tiempo cayó en la cuenta de que realmente el semáforo se ponía en rojo para los vehículos al tiempo que se ponía en verde el de los peatones, para inmediatamente, diez o quince segundos después, pasar del rojo al ámbar intermitente y así los vehículos podían iniciar la marcha si los peatones ya no ocupaban su frente o no lo iba a ocupar alguno de los que hubiesen iniciado el recorrido del paso de cebra. Esta intermitencia anaranjada dirigida a los motorizados no cambiaba el color verde que guiaba a los peatones, ya que se mantenía este color durante, al menos, un largo medio minuto más.

Este funcionamiento le confundió durante mucho tiempo pues, considerando que el rojo para los conductores iniciaba la marcha de los peatones, no terminaba de asociar  el anaranjado intermitente con el paso de peatones guiados en su cruzar por la seguridad que da el hacerlo con la luz verde encendida.

No era la única persona que sufría tan extraña lógica en el funcionamiento de los semáforos porque eran muchos los frenazos, incidentes, y sustos que se daban en aquella larga calle, y muchos los conocidos que se quejaban de lo mismo. No entendía, pues, que el Departamento de Tráfico mantuviera esa manera de funcionar de esos puntos semafóricos. Todo sería acorde a la legalidad en materia de señalización , pero ¿tan difícil era mantener en rojo la luz dirigida a los vehículos los treinta segundos que se abría el paso a los viandantes?.

Esa era la razón de que siempre que pasaba por esa calle, al cruzar uno de los seis puntos semafóricos existentes, redujera la velocidad un poco y pusiera especial atención en mirar si había algún peatón con intención de cruzar –estos eran los más peligrosos pues se lanzaban en la seguridad de que podían cruzar la calle sin problema y te los encontrabas de súbito- o iniciando el recorrido de la alfombra de piel de cebra sobre el asfalto, amén de los que ya estaban a medio recorrido.

Ese día, en ese observar, medio instintivo medio consciente, para evitar el peligro, lo vio. Hacía veinticinco años que no lo veía y aún así le dio un vuelco el corazón. Frenó de forma casi imprudente y, por supuesto, innecesaria, algo alejado del paso de cebra, y se quedó observándolo. La causalidad hizo que él cruzara la calle por ese punto semafórico, con luz ámbar intermitente cuando inició el paso sobre él. Había envejecido, como era natural. Los años no pasan en balde para nadie, pero, pese a los años, seguía manteniendo la esencia de su silueta, de su imagen, lo que le permitió reconocerlo.

El corazón, sin saber por qué, se le aceleró. Experimentó una sensación extraña parecida al vértigo aunque podría decirse que, al tiempo, agradable. Instintivamente bajó la visera sobre la luna delantera del coche en un acto reflejo de ocultamiento. Pudo ver cómo hacía el recorrido completo y cómo no había perdido su peculiar forma de caminar. El color rojo del polo que él llevaba hizo que se retrotrajera involuntariamente a otros tiempos y sus ojos brillaron. Por un momento  pensó en tocar el claxon para llamar su atención, orillarse en la zona de aparcamiento y saludarlo, pero lo sopesó y lo descartó. Cuando terminó de cruzar la calle, empezaron los típico bocinazos de otros conductores impacientes por continuar su camino, por lo que no le quedó más remedio que iniciar la marcha y alejarse poco a poco.

Los pensamientos se le aceleraron mientras conducía y se arrepintió rápidamente de no haberlo avisado para poder saludarlo y hablar con él, por lo que decidió dar la vuelta en la rotonda existente al final de la avenida e intentar alcanzarlo o buscarlo, si hacía falta, por la zona donde lo vio.

En su percepción fue eterno el tiempo que tardó el alcanzar la rotonda y la espera que tuvo que realizar en los dos puntos semafóricos que quedaban hasta ella. Por fin la alcanzó, la rodeó e invirtió el sentido para dirigirse a donde lo había visto cruzar la calle; sólo tuvo que esperar en uno de los puntos semafóricos de los dos que había parado antes de alcanzar la rotonda y, por fin, llegó a la altura de la avenida donde lo había visto cruzar, pero no lo vio en todo el recorrido de la acera que alcanzaba con su vista.

Decidió continuar la marcha un poco más por si había caminado en ese sentido y así lo hizo, pero, justo al iniciar la acción, le llamó la atención un grupo de personas arremolinadas en medio de la calle que entorpecían la circulación. Decidió aparcar el coche, y dirigirse en la dirección en que estaba ese grupo de personas.

“Han atropellado a un hombre”, oyó que se decían unas a otras las personas que se interesaban sobre lo que ocurría. Se aproximó para ver qué ocurría y se le paró el corazón cuando vio a un hombre con un polo rojo tendido en el suelo con un charco de sangre enorme, que crecía y crecía, saliendo de su cabeza. No era necesario criterio médico alguno para saber que estaba muerto. Era evidente.

Gritó, chilló, lo llamó por su nombre, perdió los nervios, se le bajó la tensión y se le vino abajo su vitalidad no pudiéndose tenerse en pié, cayó arrodillada en el suelo y lloró desconsoladamente impresionada por lo que presenciaban sus ojos.

Tuvo que ser asistida por los equipos de emergencia.

Horas más tarde, después de caminar sin cansarse por calles y calles, consiguió reunir fuerzas para regresar a su casa donde. al entrar, su marido, que estaba viendo la televisión, le preguntó si le había pasado algo, que tenía muy mala cara.

-Nada. No me pasa nada. Es que estoy muy cansada- dijo con desgana.

-Entonces, cariño -dijo su esposo-, siéntate aquí conmigo y descansa mientras vemos este interesantísimo programa sobre las infidelidades de pensamiento dentro de la pareja.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Y AL FINAL DE TODO, LAS TARTAS


Ya se fueron Peter y Janice, nuestros amigos londinenses, y hemos tenido todo el sábado para descansar. Ha sido una semana, la que ellos han estado aquí, intensa porque ha habido que compaginar obligaciones laborales con obligaciones sociales, y ambas de una intensidad considerable, porque la semanita inglesa, si desde el punto de vista de las salidas, comidas, bebidas, etc., ha sido saturante, desde el punto de vista laboral ha sido densa, peleona, cansina y muy agotadora. Ambas caras de la misma semana han convivido sin mayor disfunción que el cansancio matutino y la cara de agotado que los compañeros se encargaban de recordarme. Así pues, no quiero decir aquello de por fin se fueron pero sí que a mi cuerpo le ha venido bien que se hayan ido.

El último día que estuvieron en Chiclana antes de marcharse para Londres, los invitamos a comer en casa. Siempre que vienen a casa les ofrecemos comida autóctona regada de buenos vinos. En esta ocasión les agasajamos con un exquisito plato de colas de ternera con garbanzos, preparado como menudo en lo que a especias y condimentos se refiere, con tapas previas de fuet, queso, zanahorias aliñadas y aceitunas. No sé cómo calificaron en su más íntimo pensamiento la comida ofrecida, aunque, a tenor del hecho de que repitieron en dos ocasiones, puedo imaginarlo.

Realmente los garbanzos estaban maravillosamente buenos. Los acompañamos con un vino tinto de la denominación catalana de Tierra Alta, fruto de una mezcla de uva tempranillo y cabernet sauvignon que le daba un aroma exquisito y un sabor suave, casi afrutado, nada ácido, que hacía resaltar los sabores del plato de garbanzos y, por supuesto, a la inversa, el sabor de los garbanzos, con el toque picante que tienen, realzaba el sabor del tinto.

Este vino lo probé casualmente unos días antes con estos mismos amigos ingleses, en su casa, que lo habían comprado en un supermercado de forma casual, ya que ellos compran el vino de forma ciega, pues no conocen el espectro vitivinícola español. Al probarlo y gustarme su olor y sabor, le pregunté en qué supermercado lo había adquirido con la intención de ir a curiosear precio y, por tanto, relación precio calidad. Merece la pena adquirirlo, pues tienen un precio más que asequible. Su nombre es Vespral, gran reserva, cosecha 2007; y su precio muy moderado: 2,90.-€.

El sábado, como he dicho, estábamos saturados de toda la actividad de la semana y yo, además, necesitaba sopesar y dejar reposar determinados aspectos y cuestiones laborales –aclararme algunas ideas-, por lo que nos quedamos en casa. El día era frío, pero en el jardín, al sol, se estaba en la gloria. Con un poco de música y un refresco o una cerveza a mano, recostados en las tumbonas, se podía rozar el paraíso y, comentábamos aquello de que como en casa en ningún sitio. EL sol tibio, sintiendo el fresco en los brazos, porque estás en camiseta, y en la cara, te da el calor suficiente para calentarte, acariciándote, sin sentir calor en ningún momento. La música y la bebida hacen el resto de la labor reparadora.

Comimos ligero alrededor de la encimera de la cocina, sin sentarnos a la mesa, y pasamos una tarde de siesta, lectura y televisión, que nos regeneró, y menos mal que nos regeneró porque al día siguiente, hoy, teníamos una pareja amiga en casa invitada a comer, por lo que hemos pasado un domingo culinario intenso, donde todos los platos estaban estupendos, pero tengo que resaltar los postres, uno preparado por Anate, la invitada, que es una cocinera muy afamada, y otro preparado por Susana. Todos nos hemos tomado una porción de cada uno de ellos y no parábamos, me di cuenta, de medio gemir haciendo sonidos de ummmmm¡¡¡ cada vez que nos metíamos una cucharadita en la boca.

El postre preparado por Anate era una tarta de masa quebrada rellena de merengue, chocolote con almendras y peras. El preparado por Susana, era una tarta eslovena de masa brisa rellena de nueces, pasas, canela y ron, que recuerda al struddel alemán y rememora algo a la repostería turca.

Después mucha charla alrededor del té y el café

Un muy buen fin de semana. En todos los aspectos, no sólo el culinario.

lunes, 11 de noviembre de 2013

LA SEMANITA INGLESA


Han llegado nuestros amigos ingleses Peter y Janice, un peculiar matrimonio londinense que conoció Susana causalmente en la cola de una ventanilla administrativa del Ayuntamiento de Chiclana y les hizo el favor de hacerles de intérprete en una situación tragicómica donde ni la funcionaria hablaba  inglés ni los ingleses hablaban español. De esto hace ya seis años y, por su puesto, los ingleses, como buenos ingleses que son, siguen sin hablar ni una palabra de español, vamos, ni papa, que se dice.

Desde entonces hemos entablado y forjado una amistad fuerte hasta el punto de que, siendo tan pocos los años que hace que nos conocemos, hemos ido a la boda de uno de sus hijos en Londres, con todos los gastos pagados; hemos estado como invitados tres veces en una casa que tienen en el sur de Francia; y el hijo mayor de Susana, Antonio, ha estado en San Diego, en California, en casa de Neal, el hijo mayor de este curioso matrimonio, durante un mes para perfeccionar su inglés, porque en esta casa nuestra, salvo yo, todos hablan un inglés envidiable y, a decir de los propios ingleses, con un perfecto acento de Sussex.

Ellos, y sus hijos y nueras y nietos,  han estado todos en Chiclana, y, siempre que han venido, nosotros los hemos atendido como unos anfitriones de categoría y los hemos invitado a casa donde les hemos ofrecido, además de todo el cariño que se merecen, platos de cocina típica española, la de verdad, la que no van a encontrar en los restaurantes.

En contra de lo que en principio pueda uno anticipar mentalmente por el hecho de que son ingleses, son dos personas bajitas. Él dice, a modo de broma y sobre la base del estereotipo español, que le gusta venir a España porque así no se siente bajito, pero la verdad es que incluso los españoles que están por debajo de la media de estatura son más altos que él, y tampoco los ingleses son más altos que nosotros como regla general, pero bueno, se le admite como broma.

Son estupendas personas, muy generosas, y él, además, es un bromista tremendo, aspecto que es sorprendente porque no forma parte de lo que uno puede entender que es el humor inglés, más bien se podría decir que es un humor latino, con una ironía tremenda y es difícil que no encuentre una punta de chiste, jocosidad y gracia en casi todo.

Si embargo, son dos los problemas que a mí personalmente me genera esta relación y aunque ninguno de los dos son problemas graves, sí que de alguna manera sus visitas las vivo con una cierta desgana inicial que después, a medida que pasan los 7 u 8 días que suelen estar las dos o tres veces que vienen cada año, se va diluyendo hasta desaparecer totalmente.

El primero de los problemas es el idiomático. Susana habla un inglés, tal como ya he dicho, envidiable; los niños, también hablan un inglés muy fluido que les permite, según observo, atender cualquier situación  o conversación sin problemas. Y yo, que soy el que queda, no hablo inglés, lo chapurreo, puedo entender muy bien cuando lo leo pero me cuesta la misma vida entender cuando es hablado, máxime cuando es cockney lo que ellos hablan, y, habida cuenta que no estoy dispuesto a sobreentender como hacía hace unos años, porque los sobreentendidos me han llevado a muchas confusiones, mi papel en estas reuniones es un pelín marginal, pues no estoy sincronizado con lo que se está hablando y necesito de vez en cuando, cuando ya estoy totalmente perdido de lo que se está hablando, una “pausa traductora” para que Susana me aclare los términos de la conversación o de lo que se está diciendo, o, a la inversa, necesito ante mi imposibilidad de expresar una idea en inglés que sea ella la que la traduzca. En este último caso se añade la dificultad de que Susana traduce lo que a ella le parece oportuno y no la literalidad o intencionalidad de lo que quiero transmitir, porque ella, que sí está al cabo exacto de la conversación, entiende que lo que quiero que se traduzca está algo fuera de contexto, todo lo cual añade un poco más de incomodidad para mi. En fin, un problema, sobre todo cuando la conversación versa sobre aspectos no superficiales.

El otro problema es que Peter, como buen británico, se bebe todo lo que haya que beberse y siempre le parece poco lo que se ha bebido. Realmente esto no seria un problema, pues lo que él beba o deje de beber es algo que sólo a él incumbe, si no fuera porque arrastra con él a todo el que está a sus alrededor que, dado que Susana no bebe alcohol, soy yo (y ,en menor medida, su mujer Janice). Siempre se podrá decir que me puedo resistir, pero ahí entra en juego la peculiar persistencia de este londinense, que te termina poniendo encima de la mesa, por más que le insistas en sentido contrario, un par de cervezas de trigo fermentado que con más o menos gusto terminas bebiéndote

Le encanta ir a un pub irlandés que está en la zona de la playa porque allí ponen cerveza de la que toma en su país, aparte de que el local sea muy agradable, haya música en vivo y siempre tenga mucho ambiente, y siempre pide las pintas de cerveza de dos en dos, pero no una para cada uno de nosotros sino dos para cada uno, total como esa cerveza no hay que tomarla fría…

El resultado termina siendo el lógico: él acaba como una cuba, pues bebe muchísimo más que lo máximo que yo pueda beber, y yo termino tocado pero sin perder nunca la compostura, pero con el olor mitad dulzón mitad manzana que tiene ese tipo de cerveza impregnando todo mi cuerpo.

Ayer sin ir más lejos, llegaron desde Londres a Chiclana a las 10 de la noche, y nos citaron en el pub irlandés a las 10 y cuarto, vamos que no perdió un minuto. Cuando llegamos sobre las 10 y media, ya se había bebido dos pintas de cerveza, y cada pinta es algo más de medio litro. Puede cualquiera imaginar cuántas pintas de cervezas se ha bebido este simpático pirata inglés tres horas después.

También es digno de imaginar, además de compadecer, mi nivel de comunicación con mi escaso dominio de la lengua de Shakespeare, en ese ambiente tan ruidoso como es un pub, y a todo eso añádase el show de música en directo que determinados grupos de aficionados llevan a cabo en el lugar, normalmente actuaciones muy agradables pero que ayer, por mor de la mala suerte, vino a ser un grupo de rock que cantaban en algo tan indefinido que Peter preguntó si cantaban en español cuando Susana y yo entendíamos que estaban cantando en inglés.

En fin, toda una semana inglesa por delante. Procuraré no morir en el intento.

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿NOS LEVANTAMOS DE LA SILLA?


Cuando los gobernantes se quieren perpetuar en el poder a toda costa hacen muchas estupideces, algunas muy graves, que entran de lleno en el campo de la lesa humanidad, como puede ser asesinar al opositor o encarcelarlo, y otras menos graves, como puede ser crear una red de  servilismo y de clientelismo que les de apoyo.

El elenco de acciones es variado y muy rico en su casuística, de tal manera que si nos pusiésemos a narrarlos estaríamos hasta finales de año sin parar y aún así no acabaríamos nuca.

A título de ejemplo de los más grave del elenco, y por tomar situaciones recientes, tenemos las acciones de guerra genocida del Presidente de Siria y sus secuaces, dispuestos a arrasar a la población que constituye su propio país con tal de mantenerse un poco más en el poder –tentación que debe ser algo así como la querencia que tienen los caballo de volver a la cuadra-, pese a que en lo más profundo de su consciente saben que es muy probable que acaben siendo arrastrados de forma ignominiosa, como una presa de cacería, desde un vehículo con una cuerda atada a sus pies y siendo escupidos por toda la población. Pero aunque estos tiranos tengan ese difuso miedo a lo que les puede esperar, no pierden la esperanza de que quizás tengan a suerte que el pueblo “soberano” al que gobiernan carezca de alma revolucionaria, o esa alma no sea suficientemente revolucionaria sino domeñada, y puedan  alcanzar la muerte al modo en que lo hicieron el general Franco o Pinochet, muertos o retirados en loor de multitud pero con un tufo a sangre y represión que a los sensibles a esas pestilencias nos provoca verdaderas arcadas.

En el otro extremo del elenco, donde se encuentran las estupideces menos graves, podemos encontrar muchísimos más ejemplos, seguro que diariamente podríamos hacer una lista diferente de ellos, y que por comunes y repetidos son socialmente consentidos sin que el pueblo “soberano” haga crítica. Se pueden mencionar  muchos casos y las clasificaciones que se podrían hacer con ellos darían para mucho trabajo, pero baste con mencionar, a título ilustrativo, la inauguración de rotondas, acción en sí misma que no tendría la menor importancia si no fuera porque el gasto realizado en los esperpénticos grupos presuntamente escultóricos que hay en las rotondas de España, sean en Cataluña o en Andalucía o en cualquier otro territorio, todo de un mal gusto estético memorable, se ha priorizado frente al gasto para atender otras necesidades mucho más importantes y trascendentes sólo con la única y exclusiva finalidad de la foto de inauguración, del minutito de gloria. El gasto social no da para muchas fotos y eso se nota. Pregúntenle, por dar nombre y apellido, a Teófila Martínez, Alcaldesa de Cádiz, sobre los paneles electrónicos informativos que tiene por toda la ciudad para autoloa y autobombo, pro permanente reelección, frente al gasto social. Y así, cualquier político, cualquiera que sea su color, con honrosas excepciones, y, siempre, con el consentimiento del pueblo “soberano”, que somos nosotros, y no otros, y que si nos miráramos al espejo de la revolución seríamos capaces de ver las tragaderas tan grandes que tenemos.

Todo este comentario de hoy se debe realmente a que esta tarde se me vino a la cabeza, no sé por qué, tres de las más grandes estupideces políticas que he oído en los dos últimos meses, todas ellas aplaudidas y lloradas de emoción por el soberano pueblo, (claro que en este caso es un pueblo hijo del español, asentado en ex colonia, y quizás eso explique tanta estupidez hispana y tantas tragaderas). Me refiero a las tres grandes ocurrencias de Maduro, el Presidente de Venezuela, a saber, y no necesariamente dichas por orden de la magnitud de la estupidez del gobernante que las usa y de la estupidez del pueblo que las consiente:

a)      Hay un pajarillo que se le aparece a Maduro y le canta y le revoletea a su alrededor y que le inspira las ideas y que no es más ni menos que Hugo Chávez en forma de avecilla, a modo de Espíritu Santo.

b)      La presencia de Hugo Chávez está en todos lados incluso en una mancha de humedad que  ha aparecido en un túnel en construcción en la ciudad de Caracas, al modo de los rostros de vírgenes y santos y cristos que aparecen por toda la península ibérica y toda la América latina (curiosamente no aparecen en Arkansas o en Massachussets)

c)      La creación del Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo, emulando los nombres de los órganos o congregaciones de la Curia Vaticana, que quiere pretender tanto que, seguro, abarcará poco.

En fin, queda uno agotado ante tanta estupidez. Habrá que ir pensando en levantarse de la silla, ¿o nos quedamos un tiempo más en ella?

domingo, 3 de noviembre de 2013

PREMIUM PRO STULTIS


El comportamiento de las compañías telefónicas ante las quejas de los usuarios deja mucho que desear, rayan la estafa, si es que no entran de lleno en ella, y son cómplices de multitud de engaños que llevan a cabo otras personas o entidades pero de las que las compañías de telefonía se benefician sin escrúpulo, a sabiendas de la turbidez o ilegalidad del negocio que ellas facilitan y conocen.
 
Hoy hemos recibido un mensaje sms de Orange, compañía con la que tenemos contratadas las líneas de los teléfonos móviles, en el que nos comunicaba que por el servicio de sms llevábamos facturado algo más de 40 euros.

La semana pasada, intentó Susana localizar en Internet, a través de la página web de Antena 3, el primer capítulo de una serie de TV que empezó a ver a partir del capítulo 2 y tenía interés en ver el primero de la serie.

Dado que Antena 3, a diferencia de RTVE, no ofrece el servicio de televisión a la carta, Susana empezó a buscar páginas donde estuviera disponible el capítulo que buscaba, encontrando una donde podía acceder al mismo pero debía introducir el número de su móvil para que te enviaran un código a través de un mensaje cuyo coste era 1,5 euros; con ese código podías acceder a ver el capítulo que se pretendía.

Recibió un mensaje con el código, pero inmediatamente empezó a recibir una cascada de mensajes, cinco mensajes en tres minutos, con publicidad de diferentes ofertas, si bien en el segundo de los mensajes decía al final del mismo que podías darte de baja en el servicio, que cada mensaje que recibieras te cargaban 1,50 euros, y que para darte de baja tenías que mandar un mensaje con la palabra “BAJA”. Cuando vino a darse cuenta y reaccionó y mandó el mensaje con la palabra “BAJA”, ya habían cargado 8 o 9 euros.

Pues bien, respecto de otro uso de este tipo de ofertas de Internet que hice unos días antes para acceder a una pagina de libros electrónicos, sin haber recibido ningún mensaje de aviso o mensaje, y sin haber recibido ningún mensaje sms en el móvil, nos han facturado algo más de 40 euros según la propia compañía telefónica Orange, que nos alertaba de ello.

Extrañados de que nos facturaran sin haber recibido ningún mensaje – pues de lo contrario nos hubiésemos extrañados y habríamos actuados antes, como en el caso del capítulo de la serie de TV que queríamos ver-, nos pusimos en contacto con Orange, y empezó el esperpento, pero no cualquier manifestación del esperpento sino el esperpento en su más pura esencia.

Hablamos con más de 8 personas distintas para lo mismo y a cada una de ellas teníamos que darle el número de teléfono al que se refería la reclamación, el dni del titular del móvil, el nombre y apellidos y la fecha de nacimiento, para identificarnos, aunque ellos supieran perfectamente que era yo mismo, el reclamante, el que estaba al otro lado del teléfono y para lo que llamaba, ya que bien me había pasado un compañero bien lo leían en la ficha informática que se les abre en su pantalla de ordenador cuando llamas y das tus datos, puesto que en dicha ficha cada operador que habla contigo anota los términos de la conversación y el resultado de la gestión.

De entrada, no entendían que lo que quería era una explicación de cómo era posible que me facturaran mensajes que yo no había recibido en mi móvil, pues ninguno era proveniente de la empresa de libros electrónicos con la que contacté a través de Internet.

Los operadores y operadoras con los que hablaba me indicaban que se me había facturado y por lo tanto eso significaba que los había recibido, a lo que yo les indicaba que no había recibido nada, y así, a modo de diálogo de besugos, todo el tiempo sin que hubiera argumento lógico que les hiciera entrar en razón siquiera para que me pasaran con el departamento que pudiera comprobar si había recibido los mensajes o no. Lo que ellos decían era palabra de Dios y no había más que aceptarla. Se me llegó a decir por una de las operarias que me atendió que los mensajes estaban mandados aunque yo no los viera en mi teléfono, que eso dependía de la configuración del teléfono móvil del receptor, a lo que le requerí una aclaración sobre esto, que era la primera vez que lo oía, y me dijo que para eso tenía que llamar al servicio de información del fabricante de mi móvil. El colmo.

Es de entender que esas conversaciones acabaran con mi protesta de que muy bien, pero que yo no iba a pagar el recibo porque iba a dar orden al banco de  que no lo atendiera, a lo que  ellos contestaron que procedían a bloquear el número, cosa que no creí que hicieran pero que hicieron, por lo que me vi sin poder hacer una de las acciones que ellos me recomendaban, que era que mandara un mensaje sms con la palabra BAJA a un número de teléfono que ellos decían, y, al no hacerlo, correr el riego de que me siguieran mandando mensajes y siguiera incrementándose la factura.

Vuelta a llamar al servicio de atención al cliente que es el único que te dejan activo, y tras exponerle que podía seguir creciendo la factura aún teniendo el teléfono bloqueado y la amenaza de irme al Cuartel de la Guardia Civil a poner una denuncia, activaron nuevamente el teléfono, con la advertencia de que una vez mandara el mensaje de BAJA volviera a ponerme en contacto con Orange.

Cuando volví a llamar nuevamente a Orange, parece que empezó a cambiar la actitud de la compañía telefónica, por boca de sus operarios, y accedieron a cortar la recepción en mi móvil de mensajes de esa empresa estafadora o de  cualquier otra, admitieron que hay compañías que, no sé a través de qué sistema ni de qué forma, consiguen que se facturen los mensajes aunque los mensajes no se hayan mandado nunca, y me terminaron indicando la forma de proceder para que la propia compañía Orange comprobara si esos mensajes se habían recibido o no en mi teléfono y caso de que no se hubieran recibido – que no se han recibido nunca-, no facturarían nada.

Por fin, después de dos horas y media de gestiones entre las dos y media y las cinco de la tarde, con la comida encima de la mesa, la adrenalina en niveles cardíacos, el cabreo amagando con cargarse el fin de semana, etc, parece que se hizo la luz, que la razonabilidad se abrió paso y que el sentido común se impuso.

Estamos indefensos, pero no sólo frente a la corrupción pública y su mangoneo, sino ante la corrupción y el mangoneo privado de las compañías proveedoras de servicios públicos, que siempre pagamos los del pueblo soberano, que cada vez somos menos soberano, si es que alguna vez lo fuimos; y, por supuesto, los políticos, nuestros valedores y representantes, en las musarañas.

Dos cosas he aprendido de esta mala experiencia:

a) nunca, absolutamente nunca, indicar el número de teléfono en una página de Internet para acceder a un servicio en el que previamente te deben mandar un código a través de un mensaje sms.
 
b) si por error, por engaño, o por despiste, se indica el número de móvil, llamar inmediatamente a la compañía que te provea la línea telefónica y ordenar la cancelación del sistema de mensajería que ellos denominan  "Premium".

Hay muchos programas gratis en Internet (Open office, Klavaro, etc) o productos gratis (literatura clásica, música, etc), que efectivamente son gratis, pero alrededor de esto hay muchos vivales que consiguen aparecer mucho antes que la página oficial del producto libre (gratis), y somos legión los que caemos en esas trampas, por lo que hay que estar alerta.
 
Y lo peor no es que esta facturación se denomine Premium, sino el complemento implícito que acompaña a esa solitaria palabra: "para tontos". Quizá debieran, entonces, llamar a este estafa camuflada "Premium pro stultis" o premio para tontos.

sábado, 2 de noviembre de 2013

"TOSANTOS" Y HALLOWEEN


Ayer fue la víspera de Todos los Santos, lo que ahora se conoce como Hallowen, y quizá ésta es una de las costumbres sociales que más pone de manifiesto la diferencia generacional.

Para los que tenemos 50 años o más, realmente para los que tengan más de 30 años, la víspera del 1 de noviembre y el propio 1 de noviembre, son unas fechas asociadas a las castañas, a las nueces y la fruta, toda la fruta de otoño, aunque, en  mi caso, tiene especial presencia en el recuerdo la chirimoya.

Esta presencia de frutos secos y fruta fresca en abundancia que había en las casas estos días es lo que se conocía, al menos en mi entorno, como los “Tosantos”. Consistían en unas grandes cestas  hechas con una mezcla de madera y trenzado de algún material parecido a la enea, pero más ancho y oscuro, a las que denominábamos barcos, aunque nunca supe si eso era el nombre real de ese tipo de cestas o cajas o era que en mi familia se le denominaban así por la forma ovalada que tenían.

Normalmente eran cuatro barcos, uno de castañas, otro de nueces y los dos restantes contenían la fruta: manzanas, granadas, naranjas, chirimoyas, tubérculos de batatas – que posteriormente cocinados con miel o azúcar o asados al horno eran una auténtica delicia-, peras, piñas,  y ya fuera de las cestas o barcos, la reina del evento, al menos para mí y mis hermanos, la piña de plátanos, una piña completa, es decir, un racimo completo, que se colgaba de un palo que se colocaba entre dos estanterías dentro de la despensa, lugar donde se depositaba todo este lujo de olores, colores y sabores.

Aunque parezca una exageración tanta fruta y tanta castaña y tanta nuez, que probablemente algo de exagerado tenía todo aquello pues era mi padre el que se encargaba de los “Tosantos” y mi padre para casi todo era un exagerado, aquello no duraba muchos días pues éramos siete hermanos, siete chiquillos, que comíamos como auténticos leones. Chirimoyas  y plátanos eran los reyes de la fiesta porque eran los más codiciados, sin perder de vista las nueces y castañas que se podían comer a cualquier hora sin que hubiera límite para ello –al menos no recuerdo ninguno-

Estas fechas también estaban asociadas a la venta de flores, sobre todo crisantemos, para llevar a los difuntos al cementerio, y el centro de la ciudad se llenaba de puestos ambulantes vendiendo este tipo de flores, lo que ahora ha quedado relegado a los puestos en los alrededores del cementerio y algún que otro en las entradas del hermoso mercado central de Jerez, la Plaza. Y al igual que en Jerez, en el resto de las ciudades.

¿Y ahora? ¿Y los niños y jóvenes de ahora?. Pues ya para ellos no hay “Tosantos”, ya no hay ambiente cementerial, supongo que porque el culto al muerto va transformándose y porque cada vez hay más incineraciones y, por tanto, menos cadáveres a los que visitar. Seguramente no sepan qué es un crisantemo pero sí saben muy bien que la palabra inglesa “scary” significa que da miedo y es a esta palabra y a su significado a lo que ellos asocian las fechas.

Halloween ha tomado el relevo a la fiesta de Todos los Santos y la de los Difuntos, o va tomándolo poco a poco, y de momento conviven dos costumbres, dos maneras de entender esto de los muertos y la fruta; fruta del árbol, jugosa y estupenda, o sabor a fruta en todas las golosinas que la nueva modalidad de fiesta conlleva.

Dicen que es costumbre importada, que es extranjera y que ello la hace poco aconsejable, pero a mi Hallween no me parece ni bien ni mal sino que es una realidad que está ahí y que hay que aceptarla como viene. Todo cambia  y esta fiestas no iban a ser menos, lo único que me da coraje de todo este cambio es que me hace tomar consciencia de que he vivido mucho ya, lo suficiente como para presenciar en mis narices un cambio de costumbres en toda regla.

Siempre me pregunté cómo toda Europa habló latín sin TV, sin radio y sin los medios de comunicación de hoy en día. Si se impuso una lengua como el latín, ¿cómo no va a imponerse algo tan cinematográfico como Halloween?.

Mi primer contacto con Halloween fue cuando yo tenía 11 o 12 años. El puente de los “Tosantos” lo pasábamos en aquella ocasión en la casa de mis padres en Valdelagrana, donde por aquel entonces había pocas casas –por supuesto, paseo marítimo y apartamentos ni se imaginaban-, y entre las pocas casas que había, bastante de ellas estaban habitadas por familias americanas de militares destinados en la Base de Rota.

Pues bien, un grupo de amigos pudimos observar el comportamiento de los niños americanos y cómo se acercaban a las casas de otros americanos y les daban caramelos después de decir algo que nosotros no entendíamos pero que debía ser, a buen seguro, lo de “truco o trato”. Nosotros, intrigadísimos, y con más valor que El Guerra, decidimos actuar y como no teníamos disfraces y estábamos tan acostumbrados a que cualquier manifestación social estuviera presidida por una pequeña o grande procesión con una virgen o un santo sobre una parihuela, no se nos ocurrió otra cosa que coger una silla de enea del jardín de mi casa, que conmigo sentado en ella, y los otros cuatro portándola como si fuera eso, una parihuela, nos acercamos a la primera casa de americanos que vimos y llamamos a la puerta, pero justo cuando ésta empezó a abrirse, los muy cobardes de mis amigos bajaron la silla al suelo y se fueron corriendo, dejándome a mí sólo ante la puerta abierta y ese americano tan enorme. Me quedé más asustado que un gorrión, y a punto estaba de salir corriendo yo también cuando ese gigantón me dio una cuantas chocolatinas y se rió.

Ya ha llovido desde entonces y ya sé qué es Halloween. Ahora soy yo el que compra golosinas para cuando llaman a mi puerta.