viernes, 25 de octubre de 2013

POROMPOMPERO


Hoy ha muerto Manolo Escobar. Todo el mundo lo conoce y todos, alguna vez, hemos cantado o tarareado una de sus canciones, sobre todo si hablamos del “Porompompero” o de “Mi carro” o de “Que viva España”.

Manolo Escobar constituye un recuerdo transversal en mi vida y es un recuerdo alegre que me evoca a mi padre y lo trae a mi mente. A mi padre le encantaba Manolo Escobar y en esa peculiar forma que tenía de escuchar música, que consistía en repetir una y otra vez una canción o una parte de ella en el picú (del inglés pick up), que era como él llamaba a lo que nosotros llamábamos el tocadiscos -aparatos de reproducción musical que probablemente mi hija no sepa ni qué son, salvo que, al estar de nuevo de moda los discos de vinilo, tenga noticias de ellos por comentarios en las secciones de música de revistas o porque los haya visto en los expositores de las tiendas del sector-, hacía que, a base de repetición en la reproducción musical, terminaras haciendo una simbiosis con la canción y te transmitiera el ADN del pentagrama de su partitura. A partir de ese momento la canción ya forma parte de tus vivencias y, por tanto, de ti mismo.

La imagen que evoco de mi padre, es la de él metidísimo en la canción, como un yonki con una canción de Janis Joplin, sentado en una silla frente al picú, con un brazo apoyado en una mesa sobre la que tenía, en absoluto desorden, todos los discos que había escuchado o que quería escuchar total o parcialmente. Si había una canción o una parte de una canción que le entusiasmara, levantaba, con no muy buen pulso, el brazo del tocadiscos y, no sin antes arrastrar la aguja sobre los surcos, lo que provocaba el correspondiente ruido característico de raspado, lo colocaba nuevamente en el inicio de la canción o parte de la canción que quería volver a escuchar.

Pero además de esa postura tan característica, con un cigarrillo entre los dedos, con una parte de ceniza grande todavía adherida al mismo, si de Manolo Escobar hablamos, hay que añadir una sonrisa, sólo sonrisa, de disfrute pleno, en la cara y un pequeño movimiento de la cabeza al compás de la música, como si estuviera haciendo un leve ejercicio de cuello, lo que siempre me recordó al característico movimiento de cabeza que hacía el propio Manolo Escobar al cantar sus canciones.

Manolo Escobar era almeriense, que es la forma más difícil e incomprendida de ser andaluz, y eso es una razón adicional para que me cayera bien. Todos los famosos que son de aquellas tierras pero que ejercen activamente de andaluces, me caen bien, aunque sea sólo por esta razón. Me pasa también, por ejemplo, con David Bisbal.

Almería es andaluza plenamente pero, al mismo tiempo, es la parte de Andalucía que más se aleja del estereotipo de la baja Andalucía, imperante hasta el hartazgo. Ese querer mantener su peculiaridad frente  a la homogeneidad que se pretende, hace que Almería, como conjunto, me caiga tan bien y en mi imaginario sea una especie de icono del no sometimiento y de rebeldía.

No me quiero olvidar, ya que hablamos de Manolo Escobar, de sus dos hermanos tocando la guitarra con cara de circunstancia en sus actuaciones. Esas dos personas siempre me llamaron la atención por el contraste que suponía la diferente fama y prestigio frente a la igualdad que da el ser hermanos. Muchas veces pensé que no sabían tocar la guitarra mejor que yo, pero que su hermano cantante los tenía incorporados al show para justificar la manutención que les facilitaba, aunque esto no es más que imaginación y suposición mía sin ningún tipo de fundamento.

Manolo Escobar, te estoy agradecido. Descansa en paz.

martes, 22 de octubre de 2013

AVIÑÓN





Llegamos sobre las dos de la tarde a Francia, hora local, que es la misma que la española.

A esta hora es ya tardísimo para almorzar en Francia, por lo que o comíamos cualquier porquería en las cadenas de comida rápida del aeropuerto o no comíamos.

Los franceses tienen muchas cosas buenas como país, pero los horarios culinarios son desastrosos y para mí inexplicables. El comercio no abre antes de las nueve y media de la mañana, pero el almuerzo, y aquí no perdonan, se hace entre las doce del mediodía y las dos de la tarde. Las 14:05 es el equivalente a llegar en España a un restaurante a las 4:00 de la tarde y pretender que te den de comer: difícil.

Aparte de comer en un Fast Food aeroportuario o no comer, teníamos la opción de entrar en un supermercado, que habría que buscar, claro, y comprar algo de buen pan francés, un poco de un par de variedades de exquisito queso del país y algo de fruta.

Descartamos todo lo anterior y optamos por la última alternativa que nos quedaba, a saber, emprender camino hacia Aviñón ya que todavía, para nosotros, era hora temprana para comer nada, Aviñón estaba a menos de una hora de camino y quizá allí, al ser una ciudad turística, podríamos encontrar algún lugar donde comer algo medio decente en "horario español".

Nos llovió por el camino y pensamos que íbamos a tener mala suerte con la meteorología,  pero no, fue algo pasajero ya que paró la lluvia antes de llegar a Aviñón y ya no volvió a hacer acto de presencia ni ese día ni los siguientes.

Las ciudades históricas se reconocen inmediatamente. No hace falta que haya ningún cartel indicando tal circunstancia. Sólo hay que ver la presencia que tienen cuando llegas al centro urbano. En el caso de Aviñón llegas a la muralla que rodea toda la ciudad medieval –merece la pena recorrerla aunque sea bordeándola en coche-, donde puedes apreciar pequeños torreones que cada cierta distancia se repiten y el estilo gótico en el que está construida esta hermosa muralla, aunque sorprende el hecho de que no sea muy alta.

Al acceder en coche, nos fuimos directamente al parking que hay en la zona del Palacio de los Papas, cuya salida y acceso peatonal está en la preciosa plaza donde descansa el Palacio Papal.

Pensando que esta plaza constituía el centro del ambiente de la ciudad, decidimos, acuciados ya por la gazuza y sin ganas de ponernos a buscar a ciegas otros lugares donde comer algo, tomarnos unos sánwiches en uno de los escasos locales que había en dicha plaza.

Ya saciados visitamos el entorno del Palacio y las edificaciones de su alrededor, todo de una destacable belleza armónica.

Posteriormente, decidimos caminar por la ciudad y nos sorprendió que fuera del recinto medieval por el que es conocida la ciudad, se adentra uno en un centro urbano hermosísimo, acorde, en sus dimensiones, a una ciudad pequeña como Aviñón, con toda la grandeza que tienen las ciudades francesas con esos edificios tan majestuosos de líneas arquitectónicas de la época del Imperio de Napoleón III.

El centro estaba animadísimo, lleno de cafeterías, terrazas y restaurantes por todas partes además de un comercio de una cierta calidad que, en algunas calles, llegaba  a tener un punto elitista por la calidad de lo que podías contemplar en los escaparates, pero, sobre todo, por los precios que se indicaban.

Un entramado anárquico de calles, todas con muchas casas semi palaciegas de hermosas líneas fue el trazado que recorrimos en nuestro paseo para, finalmente, salir del recinto amurallado por la zona del Puente de Aviñón (Pont d´Avignon o Pont du St. Bénézet), sobre el río Ródano, aunque actualmente no lo cruza sino que se queda a la mitad del río porque éste, en sucesivas crecidas, lo destruyó parcialmente, tal es su caudal.

Cuando estás en el puente o sus alrededores y lo ves en toda su majestuosidad, no puedes evitar que se te venga a la memoria, o a la boca, la famosa canción –aunque sea en un francés de pacotilla- : “Sur le pont d´Avignon on y danse…” (o algo así).

Pero si el puente o lo que resta de él es bonito, el río Ródano, que está vivo y se mueve, a diferencia del puente, lo es mucho más y realza la belleza del puente, de la muralla y, si pasas a la otra orilla del río, de lo que asoma del Palacio de los Papas.

Siempre pensé que sabía lo que era un río, hasta que vi por primera vez en mi vida los grandes ríos europeos, el Rhin, el Danubio, el Ródano, el Garona. En España hay grandes ríos, pero se quedan en nada cuando ves uno de los europeos. Son impresionantes.

Merece la pena pasar una tarde noche en Aviñón, sin duda.

lunes, 21 de octubre de 2013

"THE RUDE LADY"


Cuando llegamos a la casa en la que hemos pasado unos días, en Francia, al colocar las escasos elementos que constituían mi equipaje, he encontrado en la mesilla de noche unas cuartillas manuscritas en inglés, que inmediatamente comencé a leer pues las encabezaba un título que atrajo mi atención y mi curiosidad: “The rude lady”, que, una vez leído el manuscrito en su totalidad, bien puede traducirse por “La señora desagradable”, aunque, literalmente, más bien debería traducirse por “La señora grosera”. Debe esto quedar a gusto del lector.

El texto narra una serie de hechos y pensamientos de un niño o una niña de, imagino, entre 6 y 9 años, aunque el tipo de caligrafía y el vocabulario evidenciaban que estaba manuscrito y creado por un adulto. Lo he traducido al castellano con la ayuda de Susana y en la traducción he optado por considerar que quien narra es niña y no niño.

Decía así:

“Vamos allí todos los días. Me refiero a la tienda donde compramos el pan.

“No tocar”, es lo que está escrito, en francés, trece veces en el expositor de las golosinas.

A veces me pregunto qué estaba pasando por su cabeza cuando escribía, trece veces, esas palabras.

Ella es alta, delgada y de pelo castaño. Mira a los niños con ojos brillantes y con un leve desprecio dibujado en sus labios.

-¡¡No toques!!- Ella dice esto cuando un chiquillo roza, literalmente acaricia, el recipiente de los caramelos. Tengo la impresión de que ha estado esperando todo el día  para poder decir esto. En ese momento aprecio un toque azul en la comisura de sus labios. Al principio pienso que son manchas del color de un caramelo que está chupando, pero no hay caramelo alguno en su boca. Entonces, me doy cuenta  de los guantes que lleva puestos. Hace calor por lo que me resultan extraños esos guantes.

Mis padres se dirigen a ella en francés. Pienso que les gusta hacerlo, pero la señora siempre los corrige. Ellos no dominan el francés.

Ellos deciden salir de la tienda para esperar fuera mientras  termina de cocerse el pan. Cuando me doy la vuelta para irme con ellos, veo, por el rabillo del ojo, cómo ella me mira.

Su apariencia es ansiosa, como si estuviera hambrienta o algo así. Ella tamborilea con sus dedos sobre el mostrador, con sus dedos enguantados, y me hace señas. Yo no puedo evitar ir hacia ella pues hay algo extraño en todo esto que me hipnotiza y me deja fascinada.

Cuando me aproximo, ella se tapa la nariz, lo que me parece extraño. Coge una lata que está justo a su espalda y la abre para sacar un solo caramelo: un osito de goma. Mi favorito.

Entonces, lo cojo.”

domingo, 20 de octubre de 2013

LA FATIGUITA AÉREA


Siempre que vuelo, no con mis propias alas, ya quisiera yo, sino como un sardina en lata pero en un avión, me pasa lo mismo, salvo esta vez que ha sido todo muy liviano.

Siempre que vuelo, cuando el avión está alcanzando la altura máxima –esto lo sé porque noto que el aparato tiene todavía, pese a que ya el despegue queda lejos, un par de grados de inclinación, algo casi imperceptible-, hay un momento en que la presión atmosférica dentro del avión alcanza una envergadura suficiente para desencadenar dentro de mi oído algo que tiene como resultado que todo empieza a darme vueltas y más vueltas, como si estuviera borracho en el escalón previo al coma etílico.

La situación me genera unas ganas de vomitar irreprimibles y tengo que hacer un esfuerzo descomunal para no vaciar mi estómago en cualquier sitio, sí, en cualquier sitio, ya que en las compañías llamadas de low cost no te facilitan ni bolsa de papel para las vomiteras aéreas.

Todo dura escasamente un minuto -no creo que pudiera aguantar más tiempo sin vomitar-, hasta que, repentinamente, mis oídos se descongestionan o descomprimen, como si los tímpanos, casi al unísono, empujasen, actuando  a modo de piezas de artillería, toda la presión que los oprimía. Justo en ese momento empieza a amainar la tormenta en mi controlador del equilibrio y empiezan a calmarse las vueltas y los mareos. Todo termina con un sudor frío que me alivia.

Siempre ha sido así. Todas las veces. Pero en esta ocasión el vértigo ha sido casi imperceptible  y apenas ha durado unos segundos.

Ha sido todo un alivio pues, realmente, lo paso muy mal cuando me pasa.

Espero que lo ocurrido en esta ocasión no haya sido una excepción sino un premio que mi cuerpo me ha dado a la constancia, como un premio  a la edad o al mérito de no haber desistido de viajar en avión pese a este inconveniente, aunque lo dudo

domingo, 13 de octubre de 2013

CASIOPEA


Hay días que uno se levanta con la mente y el pensamiento nublados y espesos sin saber el porqué.

Esta sensación  no sólo afecta al pensamiento y al sentimiento sino que también trasciende a lo físico de tal manera que se siente uno cansado, casi dolorido, desganado y con un punto de presión en la cabeza que, sin llegar a ser dolor, te hace tomar conciencia de esa parte del cuerpo.

Por más que analices y pienses en cómo has pasado la noche y en qué hiciste, comiste o bebiste el día anterior, no ves la conexión con como te encuentras. Este no ver una relación de causa-efecto provoca un punto de malestar interior, de desasosiego, propio de enfrentarse a  todo lo que es misterioso y no tiene aparente explicación, de lo que no es racional. Es como, llevado al extremo más exagerado, si la muerte estuviera ahí, detrás tuya y no la vieras pero fueses capaz de sentirla.

No estás de mal humor pero estás en los alrededores de su frontera y casi todo resulta incómodo. El deseo más fuerte es el de estar en silencio, callado y rodeado de la mayor tranquilidad posible, haciendo algo relajante como leer, oír música, o simplemente pensar, que es también actividad, sobre todo si se hace de forma analítica, metódica, de forma sincera y para sacar conclusiones que sean útiles para seguir andando por la vida con un mínimo de equilibrio y estabilidad, aunque ya sabemos cómo es la vida y el sensible puente colgante sobre el que camina.

Este estado de inmersión en la nebulosa vital puede durar más o menos tiempo, no suele pasar de una mañana, pero termina pasando y dejando paso a otro estado más agradable y más acorde con las necesidades de la vida, a un estado más físico, donde el movimiento, el cambio de actividad sin solución de continuidad es constante y donde estás permanentemente entretenido, con la mente distraída, por decirlo de alguna manera, y en el que esa nebulosa espesa cuya composición y causas se desconocen, pasa primeramente a un segundo plano y, posteriormente, o desaparece o te olvidas de ella, que realmente no sé si es una cosa u otra lo que pasa.

Empieza la adrenalina -pienso yo que es la adrenalina- a correr nuevamente por el cuerpo y empiezas a sentirte bien y empiezas a cambiar el proceso de pensamiento desde uno de análisis a un proceso de planificación, de proyecto, de acción y, de estar tranquilamente sentando en el sofá descansando, pasas a dirigir todas tus energías a hacer algo concreto, normalmente útil, y, ya sin darte cuenta, haces el tránsito de la situación de pensamiento nublado a pensamiento despejado.

Es obvio que el estado anímico es fundamental para sentirse bien, pero, a veces, pienso que lo físico influye enormemente en lo anímico y te provoca estas situaciones de mente nublada que no dejan de ser  verdaderamente incómodas. A mí no me gusta la inactividad por eso no me gusta que la nebulosa rodee a mi mente.

Creo que es hora de cortar el césped. Me pongo a ello. Creo que será lo mejor para levantar el ánimo. Después coincidiré con gente animada y estupenda para tomarme unas cervezas y conversar, conjurar las cosas malas y reír.

Casiopea se irá y se alejará. Hasta la próxima vez.

miércoles, 9 de octubre de 2013

¡¡UF!!

Hoy nos íbamos a acostar temprano y nerviosos porque nos teníamos que levantar también temprano para ir hasta Sevilla a coger el avión con destino Francia, concretamente Marsella. Digo nos íbamos porque ya no vamos.
Habíamos reservado el billete de avión en Ryanair - compañía con la que odio viajar porque trata a los viajeros como ganado y con la que he tenido varios tropiezos e incidentes, en todos los cuales la impotencia ha alcanzado su nivel máximo-, pero es una compañía con la que se puede viajar barato y eso siempre es prioritario, y en estos tiempos que corren, más que prioritario.
También habíamos alquilado un coche para los seis días que íbamos a estar en el país vecino, y habíamos reservado, previo pago, un habitación en un hotel en el centro del Marsella.
La idea era pasar una noche en Marsella para estar allí dos días y el resto de la estancia dormir en Paraza, un minúsculo pueblo asentado alrededor de un Chateâu cabecera de una zona de viñedos a lo largo del Canal del Midi y con embarcadero en el canal, en plena región del Languedoc-Rosellón, donde antiguamente se embarcaban los vinos para llevarlos hacia el puerto de Marsella donde acaba el canal, que inicia su recorrido en el río Garona a la altura de la ciudad de Tolousse, en el centro de la zona sur de Francia.
En la zona, plenamente vitivinícola, hay un vino magnífico que está presente en todos lados, pero beberlo en las pequeñas bodegas de las muchísimas que hay o en las brasseries de los pueblos y en cualquiera de los múltiples pequeños y encantadores restaurantes que puedes encontrar en cualquier sitio, acompañado de uno de los magníficos platos que allí son capaces  de ponerte por delante – siempre te sorprenden-, es un placer, aunque si es pato, hay que morir.
Los restaurantes en los que he comido o cenado en aquella zona los conservo todos en la memoria, pero hay dos que están en el primer lugar del ranking, el “Cafe du Port”, en la zona del embarcadero del pueblo de Paraza, que está ubicado en la zona de los antiguos almacenes del pequeño puerto fluvial; y el “Baron d´Arc”, que está junto a una de las esclusas del canal, en una zona absolutamente arbolada, y que, para llegar allí, tienes que ir por caminos estrechos y rurales (aunque asfaltados). El “Barón d´Arc”, si llegas de noche, lo identificas porque hay unas ristras de bombillas colgadas entre algunos de los árboles que rodean el restaurante. Cuando bajas del coche, oyes el ruido del agua salvando el desnivel de la esclusa, como si fuera una cascada, y el ruido de las hojas de los frondosos árboles, realmente te trasladas. Después, dentro, si tomas el pato cocinado en el mismo fuego que calienta la estancia, con un vino del lugar, garantizo que el cúmulo de sensaciones no se olvida.
Todos los sitios son recomendables y ninguno te decepciona, al menos hasta ahora – ya hemos estado en la zona en tres ocasiones-, pero quien visite la zona no puede dejar de ir a almorzar al mercado de Narbonne, en un restaurante abierto dentro del recinto y que atienden unas francesas de origen español la mar de simpáticas y que hablan castellano muy bien.
Pensábamos en esta ocasión hacer lo que siempre hacemos, ir a diferentes pueblos, ciudades y lugares, caminar, charlar, comer bien, beber mejor, holgar, en fin, relajarnos a tope.
Y digo íbamos y pensábamos, porque esta tarde recibimos un sms en el móvil, remitido por Ryanair, en el que nos comunicaban que el vuelo de ida quedaba cancelado por razón de la huelga de los controladores aéreos franceses.
La tarde que hemos pasado ha sido de órdago porque intentábamos e intentábamos contactar con la compañía aérea, con la compañía de alquiler de coches y hotel, y no lo conseguíamos porque nadie respondía al teléfono. Por fin , conseguimos contactar con el hotel y con la de rent a car y nos dijeron que lo sentían pero que no se podía cancelar la reserva, vamos, que el precio pagado en su totalidad por adelantado lo perdíamos entero. La única opción que nos daban era cambiar las fechas de reserva.
Intentamos cambiar los billetes de avión vía internet, la misma utilizada para la compra de los billetes, pero imposible ya que la operación siempre acababa con un mensaje de error. Finalmente, llamamos a Ryanair en Francia y, por fin, conseguimos cambiar la fecha de los billetes. Perdemos un día de los seis inicialmente previstos, pero seguro que disfrutamos lo mismo.
Cuando acabamos de hacer todas las gestiones, cerca de las 8 de la tarde y todo estaba arreglado, Susana y yo nos echamos para atrás en el sofá y, simultáneamente, dijimos suspirando: uffff¡¡¡¡¡

martes, 8 de octubre de 2013

JUSTO DETRÁS DEL MURO


Sales al jardín por la noche o sales a tirar la basura una vez que ya es noche cerrada y puedes percibir la naturaleza con más claridad que si fuera pleno día.

Vivo en un lugar recién urbanizado en el que tan solo hay tres casas construidas -se ve que a las demás parcelas les ha cogido la crisis de por medio o el miedo a la crisis-, y es un espacio recién ganado  a la naturaleza, es decir, que antes de la intervención humana, era una zona salvaje previa a una pinaleta o bosque de pinos piñoneros, no un bosque enorme, pero bosque al fin y al cabo, si por bosque entendemos sitio poblado por árboles y matas. Y esta parte previa al bosque estaba llena de grandes matorrales silvestres y de árboles aislados como melias, pinos marítimo y alguna que otra acacia tricanta, de los que quedan apenas cinco ejemplares que, a buen seguro, cuando se construyan todas las parcelas, desaparecerán.

Pero como el lugar está recién ganado a la Naturaleza, ésta no se resiste a renunciar al lugar y en todo el espacio que no está construido todavía, los grandes matorrales lo invaden todo e incluso se atreven a invadir con sus ramas semicolgantes el espacio sobre las aceras, allí por donde está previsto que caminen las personas. No sé qué tipo de matorral es el predominante, pero por el tipo de hoja, el tamaño de los arbustos, el tipo de hojas, diría que forman parte de la familia de las mimosas, aunque no tengo ahora mismo la certeza de haberlas visto en flor con los característicos puntos amarillos. No digo que sean mimosas de las que acostumbramos a ver junto a las cunetas en las carreteras, sino alguna especie parecida; es como si esas mimosas que todos conocemos hubiesen sido sobremineralizadas y sus hojas hubiesen crecido el triple de su tamaño, por eso sé que no son las comunes de todos conocidas, sino alguna pariente, aunque sea lejana. Seguiré observando y cuando llegue la floración de las mimosas allá por el invierno ya mediado, comprobaré si florecen como espero. El invierno pasado no viví allí más que el final del mismo y, con el jaleo de la mudanza y la novedad de la casa, la verdad, no recuerdo haberlas visto en flor.

Otra cosa por la que noto que la Naturaleza fuerte y portentosa se niega a abandonar el lugar es por lo rápido que han crecido estos arbustos en el lugar, pues cuando se estaban construyendo las tres casas que ahora mismo hay en el lugar, incluso ya una vez terminadas, aquello estaba totalmente ausente de este tipo de plantas, o eran muy incipientes y no se notaba su presencia pues tan sólo se veía la hierba, que sí estaba por todas partes.

Los animales que allí viven, hablo de animales menores claro, como hormigas, caracoles, lagartijas, lirones, ratoncitos de campo, insectos de una variedad increíble, tienen sus costumbres atávicas establecidas y en su inteligencia mínima se ve que no entienden que, si en el camino que ellos y sus antepasados vienen haciendo de ida a buscar comida y vuelta al nido pasaba por el terreno que ahora ocupa la casa, deban cambiar el recorrido, pero ellos no van a cambiar la costumbre por la construcción, así que, si observas detenidamente todos los días, puedes ver, por ejemplo, un tropel de caracoles atravesando de este a oeste el espacio, aunque ello suponga encontrarse con una pared de diez metros de alta, que hay que subirla, recorrer el tejado de la casa y después bajarla, para después subir el muro exterior y bajarlo nuevamente. Qué paciencia tienen estos bichitos, está claro que los objetivos, para ellos, son irrenunciables, como si fueran de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo mejor de todo, o casi lo mejor, es en primavera y verano cuando aparecen unas pequeñas aves rapaces, yo las llamo  ratoneras pero realmente no sé qué rapaces son, y a una altura de unos diez a quince metros se mantienen en un punto fijo en el aire mediante un continuo contoneo de la cola trasera y pequeños movimientos de las alas que las mantienen extendidas todo el tiempo, para, zas, repentinamente, dejarse caer en picado sobre el terreno y, en un último y acrobático movimiento que hace de punto de inflexión en la trayectoria del ave y donde deja de bajar para comenzar a subir, coger con las garras un pequeño ratoncito. La mayoría de las veces abortan la operación a medio camino, pero otras, las menos, consiguen su objetivo. Esto es digno de verse. Te quedas extasiado.

Pero decía al principio que por la noche notas más que de día la naturaleza y es porque, cuando sales al exterior de la casa, puedes oír, en el silencio reinante, multitud de ruidos de animales como si estuvieras dentro de un bosque.  Imaginas todas las rapaces nocturnas que en ese momento te están observando y te recorre un escalofrío por el cuerpo.

Y el colmo de la belleza nocturna de esta peculiar naturaleza, aunque con un componente urbano, es cuando consigues ver una lechuza remontando el vuelo después de cazar un ratón de campo y pasa volando iluminada por el haz de luz de una farola -son farolas de las altas que parecen delgados gigantes que miran permanentemente hacia abajo- y el animal despliega las alas majestuoso y de forma lenta pero con fuerza porque trata de remontar el vuelo. La ves por un par de segundos iluminada por la farola para, inmediatamente, desaparecer en la oscuridad.

Hermoso, realmente hermoso. Y todo está ahí, justo detrás del muro del jardín. Hasta que construyan, claro.

lunes, 7 de octubre de 2013

JIMENA VIENE A CENAR


Mañana viene mi hija Jimena a cenar a casa. Es martes y puede parecer un día no muy oportuno para cenar juntos, sobre todo cuando ella se tiene que desplazar 30 kms desde Jerez.

Podría pensarse que un sábado o un viernes por la noche es mejor ocasión por aquello de que al día siguiente no hay que trabajar y se puede prolongar más la velada. Sin embargo, el hecho de que sea un día laboral en medio de la semana tiene su punto, que se dice. Permite compartir los hábitos, los sonidos, las costumbres culinarias de los días laborables, que son radicalmente distintas de los días de descanso. Bien es verdad que ese día se cena de forma excepcional en cuanto al tipo de comida ya que se prepara algún plato del gusto de ella, a cuyo fin es debidamente sondeada por Susana con carácter previo o bien Susana tira de alguno de los platos que sabe están dentro de sus preferidos. La otra excepcionalidad es que me tomo una copa de vino ya que los días laborables no tomo bebidas alcohólicas. Una mesa familiar en la que se sienta alguien que no lo hace todos los días merece esas excepciones, y la copa de vino sirve para animar la conversación. Por supuesto, Jimena no bebe ni una gota de alcohol porque tiene que conducir de vuelta a Jerez y eso no tiene la más mínima excepción.

Suele llegar temprano, aunque eso depende de la hora en la que acabe las clases, que las tiene por las tardes. Así que tenemos un ratito antes de la cena para charlar tranquilamente y ponerme al día de las últimas novedades o de ahondar en aquellas que ya conozco pues el cara a cara así lo permite.

La conversación se prolonga mientras preparamos la cena en ese ambiente tan agradable que da el trajín de coger y colocar platos, cubiertos, vasos y copas, y demás elementos de la mesa como la cesta del pan, los picos, etc., mientras Susana termina de preparar lo que vamos a tomar y los olores de la comida lo van  envolviendo suavemente todo.

En la mesa, se unen a la reunión y conversación Antonio y Gonzalo, los hijos de Susana, que hasta ese momento habrán estado estudiando o terminándose de duchar después del entrenamiento deportivo que tanto les estrecha el horario para las restantes actividades.

Tienen una relación de cariñoso respeto mutuo, y me llama la atención y me hace mucha gracia la reverencia con la que contemplan Antonio y Gonzalo a Jimena, supongo que por la diferencia de edad y por lo guapa que la ven. Se caen bien unos a otros y ellos se interesan por las cosas de ella y ella por las cosas de ellos.

Pero lo que más me gusta de cuando viene a cenar es el ratito en el que, al terminar, nos sentamos en el sofá a charlar o a ver algo en la televisión y Jimena se sienta a mi lado y apoya su cabeza en mi hombro o me coge la mano o me acaricia la mano o cualquier otro gesto cariñoso.

Todo lo bueno se acaba y toda magnífica velada no iba a ser menos, así que sobre las 11 de la noche se despide y se va para Jerez, con la única obligación de llamarme en cuanto llegue y la promesa de que se repetirá, de lo que no tengo ninguna duda.

Los días que viene, duermo a “la pata la llana” y me dan energía, mucha energía a mí y a Susana que me ve tan feliz.

domingo, 6 de octubre de 2013

FÚTBOL


El fútbol me entretiene y me sirve para distraerme, sobre todo ahora que tenemos una realidad que nos rodea tan bochornosa.

El gusto por el fútbol, para mí, es un hábito social más que un gusto deportivo, ya que siempre fui un pésimo jugador de fútbol y en el colegio me tenían colocado siempre en el equipo B, que era el equipo de los malos, lo que hacía que mi autoestima futbolera estuviera por los suelos, alimentando ese círculo vicioso de saberme mal jugador, de saberme considerado como tal, de jugar con los malos, de obsesionarme con lo malo que soy, de que el fútbol se va a ir a tomar por el culo, de va a jugar su puñetera madre, terminando por yo no juego más que conmigo no se mete nadie. Es el típico círculo vicioso del soberbio híper exigente consigo mismo que acaba con aspectos o facetas de su vida que no tienen trascendencia pero que le impiden aprovecharse de disfrutar de los beneficios que esas facetas tienen; por ejemplo, haber jugado más al fútbol, aunque mal, me hubiera permitido hacer ejercicio, haber pasado buenos ratos con los amigos, etc.

Esa relación histórica con el fútbol ha hecho que lo siga desde una segunda fila y , por supuesto, siempre desde la grada. Pero como el fútbol tiene algo tan atractivo como el poder opinar libremente, teorizar sobre cualquier aspecto, construir estrategias, alineaciones, fichajes y demás, sobre la base de que nunca se podrá constatar si se tiene la razón o no, a todos nos gusta. Es algo parecido a lo que ocurre con la política pero con la ventaja de que no nos afecta a los impuestos, servicios públicos básicos, etc., aunque en algunos aspectos del fútbol entre de lleno la política.

Alguna vez he llevado a cabo experimentos para comprobar esto que acabo de decir y he defendido argumentos o líneas de argumentación con las que ni siquiera estoy de acuerdo por el simple placer de comprobar cómo mi interlocutor las toma en serio y entra al trapo para defender justo lo contrario, que es con lo que yo estoy de acuerdo.

Esa es la gran ventaja del fútbol, por debajo, por supuesto, de la belleza que tiene el juego cuando se trata de grandes equipos o grandes jugadores, pero sobre todo del juego en equipo de los grandes. Todos podemos opinar, es más, todos opinamos y nadie puede constatar quién, de los que mantienen las distintas opiniones en una conversación de fútbol, tiene la razón, entre otras cosas porque el fútbol está muy lejos de ser una ciencia exacta.

Ahora bien, la belleza que puede llegar a tener la ejecución de una buena jugada por uno de los jugadores de élite es el mayor de los placeres que proporciona el fútbol. Recuerdo una jugada de gol protagonizada por Cristiano Ronaldo en un  R. Madrid-Zaragoza que vi en el estadio Santiago Bernabeu, en una ocasión en que nos regalaron unas entradas y fuimos a Madrid expresamente a ver el partido, que me dejó impresionado (estábamos en la fila 6, en una zona de estadio muy próxima a la portería donde se metió el gol del que hablo, “casi” se podía tocar a los jugadores). Siempre recordaré esa estancia en Madrid y el juego de Cristiano Ronaldo. En TV será todo lo que queramos, pero en vivo y en directo es espectacular. Me encantaría repetir la experiencia, pero en el Camp Nou.

 El fútbol, tal como se vive hoy, que constituye un fenómeno de masas y lo invade todo, parece más un invento del mediterráneo que un invento inglés. Con lo que nos gusta a los mediterráneos, a los habitantes de los países que orillan este mar, polemizar y defender cualquier teoría de creación propia, qué mejor que el fútbol para darle salida a esta forma de ser. No sabían los estirados y correctos ingleses lo que estaban aportando a los greco-latinos y su individualismo cuando inventaron el fútbol. Al fútbol lo mueve la pasión y ya sabemos cómo somos en esto de la pasión y los colores los del sur de Europa.

El problema es cuando la opinión futbolera es tomada como agresión, pero de esa estupidez hablamos otro día.

jueves, 3 de octubre de 2013

LA SIRENITA


La sirenita lloraba y lloraba desconsoladamente tumbada en su cama mirando su imagen reflejada en un espejo grande próximo. Su príncipe, al oírla, se apresuró para saber qué pasaba y cuál era la causa que le provocaba el amargo llanto.

-¿Qué os ocurre, Sirenita?. ¿Qué es lo que os turba tanto y  tan triste os tiene?

-Tengo que hablar con vos muy seriamente, mi príncipe, dijo la sirenita, asustando con estas palabras al príncipe. Y se puso a llorar amargamente otra vez.

-Hablad, os lo ruego, me estáis preocupando.

La sirenita, hizo un esfuerzo de contención del llanto y dijo entrecortadamente: -Es que estoy muy gorda y vieja y ya las escamas de mi cola han perdido el brillo y el lustre que tan enamorado os tenían.

-¿Cómo que estáis gorda y vuestra cola ha perdido el lustre? No me parecéis la que describís. Y sigo enamorado de vos.

-Sí, mi príncipe, estoy gorda y no puedo hacer nada para adelgazar y seguir gustándoos.

-Eso no es cierto, Sirenita, dijo el príncipe.

-No me queráis engañar, mi príncipe, contestó la sirenita arreciando el llanto. ¿No veis que tengo un espejo delante y puedo ver mi propia imagen en él?

-¿Espejo?, dijo el príncipe soltando una inmensa carcajada que desconcertó a la sirenita, ¿ese espejo?. No sé si seréis capaz de perdonarme, pero ese espejo es el que estoy utilizando en mis estudios y experimentos de óptica y comportamiento de la luz. ¿No lo comprendéis Sirenita?

-No, mi príncipe, no os comprendo. ¿Qué le pasa al espejo?

-Sirenita, es un espejo que deforma la imagen por lo que el que a él se asoma, se ve más ancho y más gordo de lo que en realidad es.

La sirenita sonrió.

 

miércoles, 2 de octubre de 2013

SE ACABARÁ, DE MOMENTO, LA PARIDAD


Hoy me llamó mi hermana Almudena para darme la buena nueva de que mi sobrino Pepe, Pepito para los íntimos, va a ser nuevamente padre. Sería su segundo hijo y mi tercer sobrino-nieto.

Aunque, para mí, sobrinos y sobrinos-nietos forman parte del mismo nivel de afectividad, seguramente porque somos pocos de familia en comparación con la enorme familia que constituíamos mis padres y hermanos con mis tíos y primos, en la que se podían establecer niveles de afectividad diferentes según edad y otros factores, y ese mismo nivel de afectividad me permite mayor contacto y mayor atención mental hacia todos ellos, es cierto que con los sobrinos nietos estoy descubriendo una nueva faceta en mi vida ya que  me levantan las ganas de tener nietos –sé que no es el momento todavía-, y me generan una ternura menos activa, como más contemplativa. Es decir, una afectividad de persona más mayor, distinta de la que tenía, cuando era joven, con mis sobrinos,  con los que tenía una relación más activa, sobre todo con los tres más mayores, Silvia, Álvaro y Pepe.

Mis tres sobrinos mayores son depositarios de unas maneras en la relación y de unas circunstancias que no se han dado con los otros sobrinos, lo que hace que esa relación haya sido especial por intensa. Circunstancias como el haber vivido en la misma casa, la de mis padres, y otras que implicaban mucho contacto, me han permitido participar en aspectos que normalmente quedan reservados a los padres, como puede ser darles el biberón, cambiarles los pañales o jugar mucho con ellos. Además, el roce se hacía más continuo y eso termina creando unos lazos que, aunque ya una vez transformados en personas adultas independientes la relación se transforma y hay menos contacto, permanecen en el recuerdo y forman el acervo de los aconteceres diarios que, capa sobre capa, hace que  unas afectividades sean distintas de otras.

Mi propia implicación con ellos, cuando eran unos niños, me permitió momentos inolvidables de todo tipo y formarán siempre parte de mi trayectoria vital.

En mi corazón están todos mis sobrinos y sobrinos-nietos –en él hay hueco para todo el que quiera entrar, yo mismo estoy sorprendido de todos los que caben-, pero tiene mucha razón el dicho de que el roce hace el cariño.

Que venga una nueva criatura al mundo siempre es una buena noticia. Si quien tiene la fortuna de ser el “hacedor” es uno de estos sobrinos con los que has tenido este tipo de relación especial, la noticia, además de buena, es conmovedora porque te trae a la memoria todos esos recuerdos en los que se sustenta el especial vínculo que a ellos te une.

Pero la noticia, además, me ha hecho un poco más viejo. No por una razón obvia de edad, que también, sino porque te hace darte cuenta de forma cruda de la diferente forma que se tiene de afrontar la vida según la edad. La visión conservadora que  tenemos las personas que ya hemos superado los 50 nos hace darle un enfoque pesimista o no optimista – dada la situación reinante en el país-, a la tenencia de hijos y al futuro para el que hay que prepararlos. Pero una persona joven, afortunadamente, no lo ve así y lo que piensa es que hay que “tirar pa´lante”, que a qué se va  a esperar, que la vida es muy larga, etc., etc. Y, ¡coño¡, tienen razón. A la vida hay que enfrentarse con espíritu de lucha y no desde la comodidad y el miedo o el susto vital permanente. Hecho de menos la juventud cuando puedo constatar, como hoy, cómo se me ha envejecido el enfoque psicológico.

La criatura que venga, sea machote o fémina, acabará con la paridad que el actual número de sobrinos y sobrinos-nietos impone. Pero sea niño o sea niña, espero que la naturaleza le dote de los mejores genes y, dicho sea de forma figurada, sea mitad toro bravo mitad caimán del Orinoco y que de cada uno de estos animales representativos de España y Venezuela, la naturaleza le dé nobleza, fortaleza, bravura, capacidad de adaptación a la vida, fuerza y paciencia. Como mínimo.

Enhorabuena a los padres.

martes, 1 de octubre de 2013

YA NO ME ESTRENO


El que se pela se estrena. Esta es un frase, un poco enigmática para mí, que se decía cuando yo era un chiquillo y que servía de salvoconducto a los otros chiquillos para propinarte algo más que una suave palmada en la parte de la nuca cuando te cortabas el pelo.

Desconozco cuál es el origen de este dicho y de esta costumbre de la que no sé si todavía sigue en uso ya que tengo en el recuerdo que se perdió coincidiendo con mi salida de la adolescencia, por lo que tengo la duda de si se trata de costumbre entre niños o costumbre antigua que se ha perdido.

La colleja en el cogote me irritaba enormemente, sobre todo la del listillo de turno, la del matón y la del ad latere del matón, que solían ser más fuertes de lo que el uso social decía debía ser la magnitud de la palmada en la cabeza.

No tengo ni idea qué significa el dicho, por eso digo que me resulta enigmático. Siempre me ha intrigado el significado de las frases hechas que no guardan relación con aquello a lo que se aplica, que en la que nos ocupa es la parte de “se estrena”. En cualquier caso, sea lo que sea que signifique, se me ha venido hoy a la cabeza porque he ido a cortarme el pelo y lo primero que he pensado es que cuando llegue Susana me examinará y me dirá que estoy muy bien y que me han hecho un buen corte de pelo. Pero esto es así desde hace unos meses, porque antes de encontrar la peluquería donde ahora voy, siempre el comentario era para hacerme ver  lo mal que me habían cortado el pelo o lo excesivamente corto que me lo habían dejado. En aquel periodo ya pasado, siempre pensaba: prefería la palmada del chulito de la clase, sobrecargada de fuerza y que me generaba el correspondiente cabreo y protesta.

Encontrar esta peluquería actual no ha sido cosa fácil. En estos años que ya llevo en Chiclana he hecho un auténtico peregrinaje por diferentes locales de todo tipo, desde los más puros de barrio regentados por el peluquero machote que ama la maquinilla de corte más que a su esposa y no tiene ni idea de lo que son unas tijeras, a aquellos locales regentado por bujarrones que suelen tener pintadas las paredes de color pastel y que, según estén hormonalmente, pueden llegar a dejarte para estar oculto varios días hasta que crezca algo el pelo, pasando por aquellas unisex en las que compartes asiento con señoras tiñéndose el pelo o con los bigudíes puestos.

En honor a la verdad he de decir que no todo ha sido culpa de esos peluqueros y peluqueras sino que el reto que tenían  era bien difícil y es que hablo de mi pelo, que no es cualquier pelo. Es un pelo un poco encrespado, con varios remolinos en varios puntos de la cabeza, grueso y duro. En fin, un pelo difícil de gobernar y mucho más de cortar.

Pero Susana estuvo bastante tiempo recomendándome que fuera al que ahora voy, que es al que ella va, sin que yo le hiciera caso  sin ninguna razón para ello. Por fin me decidí a ir con la condición de que el primer día que yo  fuese viniera ella conmigo y le dijera al peluquero cómo quería ella que me cortara el pelo para que cuando llegara a casa no me hiciera comentario ninguno, salvo el de qué bien estás.

Fue un acierto, la verdad, porque más allá de la condición de mi pelo, el tío afronta bien el reto y consigue aceptables resultados. Pero lo mejor de todo es que Susana ya no pone pega ninguna cuando me corto el pelo y yo, ya, difícilmente me acuerdo de la costumbre infantil y no la prefiero a los comentarios hacia mi corte de pelo.

En fin, que ya no me estreno.