Hoy ha muerto Manolo Escobar.
Todo el mundo lo conoce y todos, alguna vez, hemos cantado o tarareado una de
sus canciones, sobre todo si hablamos del “Porompompero” o de “Mi carro” o de
“Que viva España”.
Manolo Escobar constituye un
recuerdo transversal en mi vida y es un recuerdo alegre que me evoca a mi padre
y lo trae a mi mente. A mi padre le encantaba Manolo Escobar y en esa peculiar
forma que tenía de escuchar música, que consistía en repetir una y otra vez una
canción o una parte de ella en el picú (del inglés pick up), que era como él
llamaba a lo que nosotros llamábamos el tocadiscos -aparatos de reproducción
musical que probablemente mi hija no sepa ni qué son, salvo que, al estar de
nuevo de moda los discos de vinilo, tenga noticias de ellos por comentarios en
las secciones de música de revistas o porque los haya visto en los expositores
de las tiendas del sector-, hacía que, a base de repetición en la reproducción
musical, terminaras haciendo una simbiosis con la canción y te transmitiera el
ADN del pentagrama de su partitura. A partir de ese momento la canción ya forma
parte de tus vivencias y, por tanto, de ti mismo.
La imagen que evoco de mi padre,
es la de él metidísimo en la canción, como un yonki con una canción de Janis
Joplin, sentado en una silla frente al picú, con un brazo apoyado en una mesa
sobre la que tenía, en absoluto desorden, todos los discos que había escuchado
o que quería escuchar total o parcialmente. Si había una canción o una parte de
una canción que le entusiasmara, levantaba, con no muy buen pulso, el brazo del
tocadiscos y, no sin antes arrastrar la aguja sobre los surcos, lo que
provocaba el correspondiente ruido característico de raspado, lo colocaba
nuevamente en el inicio de la canción o parte de la canción que quería volver a
escuchar.
Pero además de esa postura tan
característica, con un cigarrillo entre los dedos, con una parte de ceniza
grande todavía adherida al mismo, si de Manolo Escobar hablamos, hay que añadir
una sonrisa, sólo sonrisa, de disfrute pleno, en la cara y un pequeño
movimiento de la cabeza al compás de la música, como si estuviera haciendo un
leve ejercicio de cuello, lo que siempre me recordó al característico
movimiento de cabeza que hacía el propio Manolo Escobar al cantar sus
canciones.
Manolo Escobar era almeriense,
que es la forma más difícil e incomprendida de ser andaluz, y eso es una razón
adicional para que me cayera bien. Todos los famosos que son de aquellas
tierras pero que ejercen activamente de andaluces, me caen bien, aunque sea sólo
por esta razón. Me pasa también, por ejemplo, con David Bisbal.
Almería es andaluza plenamente
pero, al mismo tiempo, es la parte de Andalucía que más se aleja del
estereotipo de la baja Andalucía, imperante hasta el hartazgo. Ese querer
mantener su peculiaridad frente a la
homogeneidad que se pretende, hace que Almería, como conjunto, me caiga tan
bien y en mi imaginario sea una especie de icono del no sometimiento y de
rebeldía.
No me quiero olvidar, ya que
hablamos de Manolo Escobar, de sus dos hermanos tocando la guitarra con cara de
circunstancia en sus actuaciones. Esas dos personas siempre me llamaron la
atención por el contraste que suponía la diferente fama y prestigio frente a la
igualdad que da el ser hermanos. Muchas veces pensé que no sabían tocar la
guitarra mejor que yo, pero que su hermano cantante los tenía incorporados al
show para justificar la manutención que les facilitaba, aunque esto no es más
que imaginación y suposición mía sin ningún tipo de fundamento.
Manolo Escobar, te estoy agradecido. Descansa en paz.