El comportamiento de las
compañías telefónicas ante las quejas de los usuarios deja mucho que desear,
rayan la estafa, si es que no entran de lleno en ella, y son cómplices de
multitud de engaños que llevan a cabo otras personas o entidades pero de las
que las compañías de telefonía se benefician sin escrúpulo, a sabiendas de la
turbidez o ilegalidad del negocio que ellas facilitan y conocen.
Hoy hemos recibido un mensaje sms
de Orange, compañía con la que tenemos contratadas las líneas de los teléfonos
móviles, en el que nos comunicaba que por el servicio de sms llevábamos
facturado algo más de 40 euros.
La semana pasada, intentó Susana
localizar en Internet, a través de la página web de Antena 3, el primer
capítulo de una serie de TV que empezó a ver a partir del capítulo 2 y tenía
interés en ver el primero de la serie.
Dado que Antena 3, a diferencia de RTVE, no
ofrece el servicio de televisión a la carta, Susana empezó a buscar páginas
donde estuviera disponible el capítulo que buscaba, encontrando una donde podía
acceder al mismo pero debía introducir el número de su móvil para que te enviaran
un código a través de un mensaje cuyo coste era 1,5 euros; con ese código podías
acceder a ver el capítulo que se pretendía.
Recibió un mensaje con el código,
pero inmediatamente empezó a recibir una cascada de mensajes, cinco mensajes en
tres minutos, con publicidad de diferentes ofertas, si bien en el segundo de
los mensajes decía al final del mismo que podías darte de baja en el servicio,
que cada mensaje que recibieras te cargaban 1,50 euros, y que para darte de
baja tenías que mandar un mensaje con la palabra “BAJA”. Cuando vino a darse
cuenta y reaccionó y mandó el mensaje con la palabra “BAJA”, ya habían cargado
8 o 9 euros.
Pues bien, respecto de otro uso
de este tipo de ofertas de Internet que hice unos días antes para acceder a una
pagina de libros electrónicos, sin haber recibido ningún mensaje de aviso o
mensaje, y sin haber recibido ningún mensaje sms en el móvil, nos han facturado
algo más de 40 euros según la propia compañía telefónica Orange, que nos
alertaba de ello.
Extrañados de que nos facturaran
sin haber recibido ningún mensaje – pues de lo contrario nos hubiésemos
extrañados y habríamos actuados antes, como en el caso del capítulo de la serie
de TV que queríamos ver-, nos pusimos en contacto con Orange, y empezó el
esperpento, pero no cualquier manifestación del esperpento sino el esperpento
en su más pura esencia.
Hablamos con más de 8 personas
distintas para lo mismo y a cada una de ellas teníamos que darle el número de
teléfono al que se refería la reclamación, el dni del titular del móvil, el
nombre y apellidos y la fecha de nacimiento, para identificarnos, aunque ellos
supieran perfectamente que era yo mismo, el reclamante, el que estaba al otro
lado del teléfono y para lo que llamaba, ya que bien me había pasado un
compañero bien lo leían en la ficha informática que se les abre en su pantalla
de ordenador cuando llamas y das tus datos, puesto que en dicha ficha cada
operador que habla contigo anota los términos de la conversación y el resultado
de la gestión.
De entrada, no entendían que lo
que quería era una explicación de cómo era posible que me facturaran mensajes
que yo no había recibido en mi móvil, pues ninguno era proveniente de la
empresa de libros electrónicos con la que contacté a través de Internet.
Los operadores y operadoras con
los que hablaba me indicaban que se me había facturado y por lo tanto eso
significaba que los había recibido, a lo que yo les indicaba que no había
recibido nada, y así, a modo de diálogo de besugos, todo el tiempo sin que
hubiera argumento lógico que les hiciera entrar en razón siquiera para que me pasaran
con el departamento que pudiera comprobar si había recibido los mensajes o no.
Lo que ellos decían era palabra de Dios y no había más que aceptarla. Se me
llegó a decir por una de las operarias que me atendió que los mensajes estaban
mandados aunque yo no los viera en mi teléfono, que eso dependía de la
configuración del teléfono móvil del receptor, a lo que le requerí una
aclaración sobre esto, que era la primera vez que lo oía, y me dijo que para
eso tenía que llamar al servicio de información del fabricante de mi móvil. El
colmo.
Es de entender que esas
conversaciones acabaran con mi protesta de que muy bien, pero que yo no iba a
pagar el recibo porque iba a dar orden al banco de que no lo atendiera, a lo que ellos contestaron que procedían a bloquear el
número, cosa que no creí que hicieran pero que hicieron, por lo que me vi sin
poder hacer una de las acciones que ellos me recomendaban, que era que mandara
un mensaje sms con la palabra BAJA a un número de teléfono que ellos decían, y,
al no hacerlo, correr el riego de que me siguieran mandando mensajes y siguiera
incrementándose la factura.
Vuelta a llamar al servicio de
atención al cliente que es el único que te dejan activo, y tras exponerle que
podía seguir creciendo la factura aún teniendo el teléfono bloqueado y la
amenaza de irme al Cuartel de la Guardia Civil a poner una denuncia, activaron
nuevamente el teléfono, con la advertencia de que una vez mandara el mensaje de
BAJA volviera a ponerme en contacto con Orange.
Cuando volví a llamar nuevamente
a Orange, parece que empezó a cambiar la actitud de la compañía telefónica, por
boca de sus operarios, y accedieron a cortar la recepción en mi móvil de
mensajes de esa empresa estafadora o de
cualquier otra, admitieron que hay compañías que, no sé a través de qué
sistema ni de qué forma, consiguen que se facturen los mensajes aunque los
mensajes no se hayan mandado nunca, y me terminaron indicando la forma de
proceder para que la propia compañía Orange comprobara si esos mensajes se
habían recibido o no en mi teléfono y caso de que no se hubieran recibido – que
no se han recibido nunca-, no facturarían nada.
Por fin, después de dos horas y
media de gestiones entre las dos y media y las cinco de la tarde, con la comida
encima de la mesa, la adrenalina en niveles cardíacos, el cabreo amagando con
cargarse el fin de semana, etc, parece que se hizo la luz, que la razonabilidad
se abrió paso y que el sentido común se impuso.
Estamos indefensos, pero no sólo
frente a la corrupción pública y su mangoneo, sino ante la corrupción y el
mangoneo privado de las compañías proveedoras de servicios públicos, que
siempre pagamos los del pueblo soberano, que cada vez somos menos soberano, si
es que alguna vez lo fuimos; y, por supuesto, los políticos, nuestros valedores
y representantes, en las musarañas.
Dos cosas he aprendido de esta
mala experiencia:
a) nunca, absolutamente nunca,
indicar el número de teléfono en una página de Internet para acceder a un
servicio en el que previamente te deben mandar un código a través de un mensaje
sms.
Hay muchos programas gratis en Internet
(Open office, Klavaro, etc) o productos gratis (literatura clásica, música,
etc), que efectivamente son gratis, pero alrededor de esto hay muchos vivales
que consiguen aparecer mucho antes que la página oficial del producto libre
(gratis), y somos legión los que caemos en esas trampas, por lo que hay que
estar alerta.
Y lo peor no es que esta facturación se denomine Premium, sino el complemento implícito que acompaña a esa solitaria palabra: "para tontos". Quizá debieran, entonces, llamar a este estafa camuflada "Premium pro stultis" o premio para tontos.
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