Han llegado nuestros amigos
ingleses Peter y Janice, un peculiar matrimonio londinense que conoció Susana
causalmente en la cola de una ventanilla administrativa del Ayuntamiento de
Chiclana y les hizo el favor de hacerles de intérprete en una situación tragicómica
donde ni la funcionaria hablaba inglés
ni los ingleses hablaban español. De esto hace ya seis años y, por su puesto,
los ingleses, como buenos ingleses que son, siguen sin hablar ni una palabra de
español, vamos, ni papa, que se dice.
Desde entonces hemos entablado y
forjado una amistad fuerte hasta el punto de que, siendo tan pocos los años que
hace que nos conocemos, hemos ido a la boda de uno de sus hijos en Londres, con
todos los gastos pagados; hemos estado como invitados tres veces en una casa que
tienen en el sur de Francia; y el hijo mayor de Susana, Antonio, ha estado en
San Diego, en California, en casa de Neal, el hijo mayor de este curioso
matrimonio, durante un mes para perfeccionar su inglés, porque en esta casa
nuestra, salvo yo, todos hablan un inglés envidiable y, a decir de los propios
ingleses, con un perfecto acento de Sussex.
Ellos, y sus hijos y nueras y
nietos, han estado todos en Chiclana, y,
siempre que han venido, nosotros los hemos atendido como unos anfitriones de
categoría y los hemos invitado a casa donde les hemos ofrecido, además de todo
el cariño que se merecen, platos de cocina típica española, la de verdad, la
que no van a encontrar en los restaurantes.
En contra de lo que en principio
pueda uno anticipar mentalmente por el hecho de que son ingleses, son dos
personas bajitas. Él dice, a modo de broma y sobre la base del estereotipo
español, que le gusta venir a España porque así no se siente bajito, pero la
verdad es que incluso los españoles que están por debajo de la media de estatura
son más altos que él, y tampoco los ingleses son más altos que nosotros como
regla general, pero bueno, se le admite como broma.
Son estupendas personas, muy
generosas, y él, además, es un bromista tremendo, aspecto que es sorprendente
porque no forma parte de lo que uno puede entender que es el humor inglés, más
bien se podría decir que es un humor latino, con una ironía tremenda y es
difícil que no encuentre una punta de chiste, jocosidad y gracia en casi todo.
Si embargo, son dos los problemas
que a mí personalmente me genera esta relación y aunque ninguno de los dos son
problemas graves, sí que de alguna manera sus visitas las vivo con una cierta
desgana inicial que después, a medida que pasan los 7 u 8 días que suelen estar
las dos o tres veces que vienen cada año, se va diluyendo hasta desaparecer
totalmente.
El primero de los problemas es el
idiomático. Susana habla un inglés, tal como ya he dicho, envidiable; los
niños, también hablan un inglés muy fluido que les permite, según observo,
atender cualquier situación o
conversación sin problemas. Y yo, que soy el que queda, no hablo inglés, lo
chapurreo, puedo entender muy bien cuando lo leo pero me cuesta la misma vida
entender cuando es hablado, máxime cuando es cockney lo que ellos hablan, y,
habida cuenta que no estoy dispuesto a sobreentender como hacía hace unos años,
porque los sobreentendidos me han llevado a muchas confusiones, mi papel en
estas reuniones es un pelín marginal, pues no estoy sincronizado con lo que se
está hablando y necesito de vez en cuando, cuando ya estoy totalmente perdido
de lo que se está hablando, una “pausa traductora” para que Susana me aclare
los términos de la conversación o de lo que se está diciendo, o, a la inversa,
necesito ante mi imposibilidad de expresar una idea en inglés que sea ella la
que la traduzca. En este último caso se añade la dificultad de que Susana
traduce lo que a ella le parece oportuno y no la literalidad o intencionalidad
de lo que quiero transmitir, porque ella, que sí está al cabo exacto de la
conversación, entiende que lo que quiero que se traduzca está algo fuera de
contexto, todo lo cual añade un poco más de incomodidad para mi. En fin, un
problema, sobre todo cuando la conversación versa sobre aspectos no superficiales.
El otro problema es que Peter, como
buen británico, se bebe todo lo que haya que beberse y siempre le parece poco
lo que se ha bebido. Realmente esto no seria un problema, pues lo que él beba o
deje de beber es algo que sólo a él incumbe, si no fuera porque arrastra con él
a todo el que está a sus alrededor que, dado que Susana no bebe alcohol, soy yo
(y ,en menor medida, su mujer Janice). Siempre se podrá decir que me puedo
resistir, pero ahí entra en juego la peculiar persistencia de este londinense,
que te termina poniendo encima de la mesa, por más que le insistas en sentido
contrario, un par de cervezas de trigo fermentado que con más o menos gusto
terminas bebiéndote
Le encanta ir a un pub irlandés
que está en la zona de la playa porque allí ponen cerveza de la que toma en su
país, aparte de que el local sea muy agradable, haya música en vivo y siempre
tenga mucho ambiente, y siempre pide las pintas de cerveza de dos en dos, pero
no una para cada uno de nosotros sino dos para cada uno, total como esa cerveza
no hay que tomarla fría…
El resultado termina siendo el lógico:
él acaba como una cuba, pues bebe muchísimo más que lo máximo que yo pueda
beber, y yo termino tocado pero sin perder nunca la compostura, pero con el
olor mitad dulzón mitad manzana que tiene ese tipo de cerveza impregnando todo
mi cuerpo.
Ayer sin ir más lejos, llegaron
desde Londres a Chiclana a las 10 de la noche, y nos citaron en el pub irlandés
a las 10 y cuarto, vamos que no perdió un minuto. Cuando llegamos sobre las 10
y media, ya se había bebido dos pintas de cerveza, y cada pinta es algo más de
medio litro. Puede cualquiera imaginar cuántas pintas de cervezas se ha bebido este
simpático pirata inglés tres horas después.
También es digno de imaginar,
además de compadecer, mi nivel de comunicación con mi escaso dominio de la
lengua de Shakespeare, en ese ambiente tan ruidoso como es un pub, y a todo eso
añádase el show de música en directo que determinados grupos de aficionados
llevan a cabo en el lugar, normalmente actuaciones muy agradables pero que
ayer, por mor de la mala suerte, vino a ser un grupo de rock que cantaban en
algo tan indefinido que Peter preguntó si cantaban en español cuando Susana y
yo entendíamos que estaban cantando en inglés.
En fin, toda una semana inglesa
por delante. Procuraré no morir en el intento.
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