domingo, 1 de diciembre de 2013

LA MEDIOCRIDAD RELATIVA


La mayoría de las personas no elegimos el camino profesional que vamos a seguir en nuestras vidas sino que el camino que recorremos lo vamos formando a medida que caminamos por ella, como si fuera el fruto del asentamiento  de una serie de decisiones independientes unas de otras, aunque con alguna conexión entre ellas, que uno va tomando a cada momento, unas nada trascendentes, otras trascendentes y otras muy trascendentes. Al menos, eso creo yo. En mi caso es así y por eso pienso que en la mayoría de las personas es así.

Entiendo y sé que hay algunas personas que tienen muy claro qué quieren en su vida y se lo marcan como objetivo y no se dejan distraer por ningún tipo de contratiempo, dedicando todas sus energías a lo que pretenden. Son personas que tienen muy claro qué quieren. No es que ellos hayan dedicado más tiempo que otros a prepararse para desarrollar esta capacidad de decidir algo concreto y definido que consiguen ver desde el primer momento, sino que la naturaleza les dota de esa capacidad de ver sus vidas proyectadas en el futuro con esa claridad que podríamos considerar positiva en la medida que son personas que tienen recursos intelectuales, emocionales, sociales, etc., muy por encima del común de los mortales y además, no es que tengan desarrollado uno de estos aspectos sobre los otros sino que tienen muy desarrollados varios de esos aspectos.

Esto explica que en la vida profesional de uno, que empieza, aunque no te lo creas, a los tres años, en el colegio, cuando comienzas con la prelectura y con la preescritura y acaba cuando te jubilas, te encuentras con algunas personas que desde bien pronto te sorprenden por lo claro que lo tienen profesionalmente – incluso aunque sean unos micos-, y que con el tiempo ves que efectivamente lo tenían claro.

Hay muchos en la vida que tienen éxito, sobre todo éxito económico, que es como más se mide el éxito en España, pero no son esos a los que yo me refiero, ya que aunque los haya honrados, también los millonarios pueden enriquecerse en los negocios oscuros y sucios, y para ello más que un don de la naturaleza lo que hay que tener es una falta, la de escrúpulos.

Pero hoy yo me refiero a aquellos que se desarrollan muchísimo en cualquier campo del conocimiento o de las artes. Aquellas personas que terminan siendo unos expertos respetadísimos en algún aspecto concreto de nuestro mundo: la medicina, el derecho, la física, la teología, la historia, etc., etc.

Es obvio que no me encuentro entre los privilegiados. Elegí, cuando correspondió por edad, la rama del conocimiento en la que me debía desarrollar desde ese momento hacia el futuro – el Derecho-, y eso determinó toda mi trayectoria profesional posterior. No me quejo para nada de cómo he caminado sobre la vereda de la vida a partir de aquella decisión – transcendente, sin duda-, ni tampoco me puedo quejar de mi relación amorosa o afectiva con el Derecho ya que es una rama del conocimiento que me encanta, quizá porque lo impregna todo en la vida y porque responde siempre en su funcionamiento a una lógica y coherencia interna que me fascina, más allá de lo que después pueda ocurrir cuando del Derecho pasamos a la Justicia, donde ya factores de toda índole, fundamentalmente ideológicos,  hacen que esa lógica, en casos, cojee.

Y aunque no me quejo de cómo me ha ido la vida profesionalmente, no dejo de reconocer que estoy en el grupo de los normales, de los que no han sobresalido especialmente por nada, en el grupo de los anónimos, como quien dice; es decir, donde la mayoría.

Y toda esta reflexión la hago porque hoy, leyendo el periódico, me ha venido a la memoria una vieja anécdota: estando yo trabajando en  el Hospital de Cádiz, en los primeros años de mi destino en aquel centro, recién iniciada la década de los 90 del siglo pasado, tenía mucha vinculación laboral con la Asesoría Jurídica Provincial de Servicio Andaluz de Salud, ya que el índice de litigiosidad judicial en aquella época era muy alto y había que informar y documentar muchos expedientes para los letrados que iban a los juicios. Pues bien, por aquella época vino a tomar posesión como Juez en la ciudad una compañera mía de Facultad, Ana Mª Orellana Cano, a quien el Letrado Jefe de la Asesoría Jurídica no paraba de adular, hacerle la pelota, vamos, intentando entablar con ella algún tipo de relación privilegiada, no sé con qué aviesa intención, pero que, conociendo a la Juez, no iba a torcer la aplicación del derecho.

Tuvieron, por lo que me comentaba el Letrado Jefe, muchas conversaciones y en una de ellas se comentó sobre mi persona y ella, según me comentó el dicho Jefe, vino a decir que “Álvaro, bueno, pues sí, pero es un mediocre”. No me molestó la opinión de ella, me molestó que el Letrado Jefe me lo contara, pues no se ganaba nada con ello. Pero bueno, quizá al Letrado Jefe le interesaba engrandecerse ante mí, a través de opiniones de terceros (suponiendo que fuera verdad lo que me comentaba)

Hoy leyendo el periódico he encontrado una referencia de esta compañera de Facultad, a la que acaban de nombrar, en Madrid, miembro de la Real Academia de Jurisprudencia. Al leer su curriculum, sin variar un ápice mi propia opinión sobre mi trayectoria profesional,  me he dado cuenta que cuando esta señora llama mediocre a un profesional esa calificación, relativizada por su posición, no es tan mala, es casi una loa.

Según el periódico, su curriculum es el siguiente:

“Ana María Orellana Cano estudió la carrera de Derecho en la Facultad de Jerez. Había obtenido la máxima nota en Selectividad de España. Su pasión por el Derecho quedó patente al concluir la primera fase de su formación universitaria como el número uno de su promoción. Por tal motivo se hizo merecedora del Premio Extraordinario Fin de Carrera al Mejor Expediente Académico en la promoción 1980-1985. Tras decidir que se dedicaría a la Judicatura aprobó las correspondientes oposiciones en 1987. Llegó a la Jurisdicción Social en el año 1990, donde volvió a cosechar el reconocimiento. No en vano también fue la número 1 de la segunda promoción de magistrados especialistas de esta Jurisdicción. Sucedió en febrero de 1990.

Hay que añadir que durante largo tiempo compatibilizó su labor como magistrada con labores docentes en la Universidad de Cádiz. Su dedicación al Derecho como estudiosa y experta en el mismo le ha reportado premios universitarios así como distinciones y condecoraciones, caso por ejemplo de la Cruz Distinguida de Primera Clase de San Raimundo de Peñafort y el Premio Nacional a la Mejor Laboralista del Año 2009, concedido por la Asociación Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social. En el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, ha sido ponente en más de 9.000 sentencias y, en órganos unipersonales, ha dictado aproximadamente, 3.500 sentencias, a lo largo de su trayectoria profesional. Es analista del Centro de Documentación Judicial desde marzo de 2009, analizando la doctrina judicial sentada por las Salas de los Social de los Tribunales Superiores de Justicia de Madrid, Galicia, Extremadura y de las tres Salas de Andalucía (Sevilla, Granada y Málaga).

Actualmente, lleva analizadas más de 1.500 sentencias.        

Le fue reconocido el Certificado de Docencia por la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados en Derecho en el año 2002, tras la presentación oral ante un Tribunal del trabajo 'Las tercerías de dominio en la ejecución laboral; en especial, la tercería registral'. Fue nombrada colegiada emérita del Colegio de Graduados Sociales de Cádiz. El 8 de noviembre de 2013, fue elegida en el XXI Congreso Nacional de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM), celebrado en Jerez, miembro del Comité Ejecutivo Nacional y directora del gabinete de la revista 'Deliberación'. Es autora de 57 publicaciones jurídicas; ha dirigido y coordinado 17 cursos; ha sido profesora de 32 masters; ha impartido 160 conferencias y, ha recibido 172 cursos de formación. Todo ello ha hecho de Ana María Orellana una experta de primer nivel, lo que se vio reconocido con su ingreso como académica en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.”

Pues eso, yo me quedo en mediocre.

1 comentario:

  1. Todo depende de las circunstancias de cada cual, de algunas de ellas somos responsables, pero otras son las que, finalmente, pueden condicionar nuestra vida, y no sólo en el plano profesional. Yo también soy un mediocre, pero, ¿comparado con quién?

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