El fútbol me entretiene y me
sirve para distraerme, sobre todo ahora que tenemos una realidad que nos rodea
tan bochornosa.
El gusto por el fútbol, para mí,
es un hábito social más que un gusto deportivo, ya que siempre fui un pésimo
jugador de fútbol y en el colegio me tenían colocado siempre en el equipo B,
que era el equipo de los malos, lo que hacía que mi autoestima futbolera
estuviera por los suelos, alimentando ese círculo vicioso de saberme mal
jugador, de saberme considerado como tal, de jugar con los malos, de
obsesionarme con lo malo que soy, de que el fútbol se va a ir a tomar por el
culo, de va a jugar su puñetera madre, terminando por yo no juego más que
conmigo no se mete nadie. Es el típico círculo vicioso del soberbio híper exigente
consigo mismo que acaba con aspectos o facetas de su vida que no tienen
trascendencia pero que le impiden aprovecharse de disfrutar de los beneficios
que esas facetas tienen; por ejemplo, haber jugado más al fútbol, aunque mal,
me hubiera permitido hacer ejercicio, haber pasado buenos ratos con los amigos,
etc.
Esa relación histórica con el
fútbol ha hecho que lo siga desde una segunda fila y , por supuesto, siempre
desde la grada. Pero como el fútbol tiene algo tan atractivo como el poder
opinar libremente, teorizar sobre cualquier aspecto, construir estrategias,
alineaciones, fichajes y demás, sobre la base de que nunca se podrá constatar
si se tiene la razón o no, a todos nos gusta. Es algo parecido a lo que ocurre
con la política pero con la ventaja de que no nos afecta a los impuestos,
servicios públicos básicos, etc., aunque en algunos aspectos del fútbol entre
de lleno la política.
Alguna vez he llevado a cabo
experimentos para comprobar esto que acabo de decir y he defendido argumentos o
líneas de argumentación con las que ni siquiera estoy de acuerdo por el simple
placer de comprobar cómo mi interlocutor las toma en serio y entra al trapo
para defender justo lo contrario, que es con lo que yo estoy de acuerdo.
Esa es la gran ventaja del
fútbol, por debajo, por supuesto, de la belleza que tiene el juego cuando se
trata de grandes equipos o grandes jugadores, pero sobre todo del juego en
equipo de los grandes. Todos podemos opinar, es más, todos opinamos y nadie
puede constatar quién, de los que mantienen las distintas opiniones en una
conversación de fútbol, tiene la razón, entre otras cosas porque el fútbol está
muy lejos de ser una ciencia exacta.
Ahora bien, la belleza que puede
llegar a tener la ejecución de una buena jugada por uno de los jugadores de
élite es el mayor de los placeres que proporciona el fútbol. Recuerdo una
jugada de gol protagonizada por Cristiano Ronaldo en un R. Madrid-Zaragoza que vi en el estadio
Santiago Bernabeu, en una ocasión en que nos regalaron unas entradas y fuimos a
Madrid expresamente a ver el partido, que me dejó impresionado (estábamos en la
fila 6, en una zona de estadio muy próxima a la portería donde se metió el gol
del que hablo, “casi” se podía tocar a los jugadores). Siempre recordaré esa
estancia en Madrid y el juego de Cristiano Ronaldo. En TV será todo lo que
queramos, pero en vivo y en directo es espectacular. Me encantaría repetir la
experiencia, pero en el Camp Nou.
El fútbol, tal como se vive hoy, que
constituye un fenómeno de masas y lo invade todo, parece más un invento del
mediterráneo que un invento inglés. Con lo que nos gusta a los mediterráneos, a
los habitantes de los países que orillan este mar, polemizar y defender
cualquier teoría de creación propia, qué mejor que el fútbol para darle salida
a esta forma de ser. No sabían los estirados y correctos ingleses lo que
estaban aportando a los greco-latinos y su individualismo cuando inventaron el
fútbol. Al fútbol lo mueve la pasión y ya sabemos cómo somos en esto de la pasión
y los colores los del sur de Europa.
El problema es cuando la opinión
futbolera es tomada como agresión, pero de esa estupidez hablamos otro día.
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