domingo, 6 de octubre de 2013

FÚTBOL


El fútbol me entretiene y me sirve para distraerme, sobre todo ahora que tenemos una realidad que nos rodea tan bochornosa.

El gusto por el fútbol, para mí, es un hábito social más que un gusto deportivo, ya que siempre fui un pésimo jugador de fútbol y en el colegio me tenían colocado siempre en el equipo B, que era el equipo de los malos, lo que hacía que mi autoestima futbolera estuviera por los suelos, alimentando ese círculo vicioso de saberme mal jugador, de saberme considerado como tal, de jugar con los malos, de obsesionarme con lo malo que soy, de que el fútbol se va a ir a tomar por el culo, de va a jugar su puñetera madre, terminando por yo no juego más que conmigo no se mete nadie. Es el típico círculo vicioso del soberbio híper exigente consigo mismo que acaba con aspectos o facetas de su vida que no tienen trascendencia pero que le impiden aprovecharse de disfrutar de los beneficios que esas facetas tienen; por ejemplo, haber jugado más al fútbol, aunque mal, me hubiera permitido hacer ejercicio, haber pasado buenos ratos con los amigos, etc.

Esa relación histórica con el fútbol ha hecho que lo siga desde una segunda fila y , por supuesto, siempre desde la grada. Pero como el fútbol tiene algo tan atractivo como el poder opinar libremente, teorizar sobre cualquier aspecto, construir estrategias, alineaciones, fichajes y demás, sobre la base de que nunca se podrá constatar si se tiene la razón o no, a todos nos gusta. Es algo parecido a lo que ocurre con la política pero con la ventaja de que no nos afecta a los impuestos, servicios públicos básicos, etc., aunque en algunos aspectos del fútbol entre de lleno la política.

Alguna vez he llevado a cabo experimentos para comprobar esto que acabo de decir y he defendido argumentos o líneas de argumentación con las que ni siquiera estoy de acuerdo por el simple placer de comprobar cómo mi interlocutor las toma en serio y entra al trapo para defender justo lo contrario, que es con lo que yo estoy de acuerdo.

Esa es la gran ventaja del fútbol, por debajo, por supuesto, de la belleza que tiene el juego cuando se trata de grandes equipos o grandes jugadores, pero sobre todo del juego en equipo de los grandes. Todos podemos opinar, es más, todos opinamos y nadie puede constatar quién, de los que mantienen las distintas opiniones en una conversación de fútbol, tiene la razón, entre otras cosas porque el fútbol está muy lejos de ser una ciencia exacta.

Ahora bien, la belleza que puede llegar a tener la ejecución de una buena jugada por uno de los jugadores de élite es el mayor de los placeres que proporciona el fútbol. Recuerdo una jugada de gol protagonizada por Cristiano Ronaldo en un  R. Madrid-Zaragoza que vi en el estadio Santiago Bernabeu, en una ocasión en que nos regalaron unas entradas y fuimos a Madrid expresamente a ver el partido, que me dejó impresionado (estábamos en la fila 6, en una zona de estadio muy próxima a la portería donde se metió el gol del que hablo, “casi” se podía tocar a los jugadores). Siempre recordaré esa estancia en Madrid y el juego de Cristiano Ronaldo. En TV será todo lo que queramos, pero en vivo y en directo es espectacular. Me encantaría repetir la experiencia, pero en el Camp Nou.

 El fútbol, tal como se vive hoy, que constituye un fenómeno de masas y lo invade todo, parece más un invento del mediterráneo que un invento inglés. Con lo que nos gusta a los mediterráneos, a los habitantes de los países que orillan este mar, polemizar y defender cualquier teoría de creación propia, qué mejor que el fútbol para darle salida a esta forma de ser. No sabían los estirados y correctos ingleses lo que estaban aportando a los greco-latinos y su individualismo cuando inventaron el fútbol. Al fútbol lo mueve la pasión y ya sabemos cómo somos en esto de la pasión y los colores los del sur de Europa.

El problema es cuando la opinión futbolera es tomada como agresión, pero de esa estupidez hablamos otro día.

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