Hoy me llamó mi hermana Almudena
para darme la buena nueva de que mi sobrino Pepe, Pepito para los íntimos, va a
ser nuevamente padre. Sería su segundo hijo y mi tercer sobrino-nieto.
Aunque, para mí, sobrinos y
sobrinos-nietos forman parte del mismo nivel de afectividad, seguramente porque
somos pocos de familia en comparación con la enorme familia que constituíamos
mis padres y hermanos con mis tíos y primos, en la que se podían establecer
niveles de afectividad diferentes según edad y otros factores, y ese mismo
nivel de afectividad me permite mayor contacto y mayor atención mental hacia
todos ellos, es cierto que con los sobrinos nietos estoy descubriendo una nueva
faceta en mi vida ya que me levantan las
ganas de tener nietos –sé que no es el momento todavía-, y me generan una
ternura menos activa, como más contemplativa. Es decir, una afectividad de
persona más mayor, distinta de la que tenía, cuando era joven, con mis
sobrinos, con los que tenía una relación
más activa, sobre todo con los tres más mayores, Silvia, Álvaro y Pepe.
Mis tres sobrinos mayores son depositarios
de unas maneras en la relación y de unas circunstancias que no se han dado con
los otros sobrinos, lo que hace que esa relación haya sido especial por intensa.
Circunstancias como el haber vivido en la misma casa, la de mis padres, y otras
que implicaban mucho contacto, me han permitido participar en aspectos que
normalmente quedan reservados a los padres, como puede ser darles el biberón,
cambiarles los pañales o jugar mucho con ellos. Además, el roce se hacía más
continuo y eso termina creando unos lazos que, aunque ya una vez transformados
en personas adultas independientes la relación se transforma y hay menos
contacto, permanecen en el recuerdo y forman el acervo de los aconteceres
diarios que, capa sobre capa, hace que unas afectividades sean distintas de otras.
Mi propia implicación con ellos,
cuando eran unos niños, me permitió momentos inolvidables de todo tipo y formarán
siempre parte de mi trayectoria vital.
En mi corazón están todos mis
sobrinos y sobrinos-nietos –en él hay hueco para todo el que quiera entrar, yo
mismo estoy sorprendido de todos los que caben-, pero tiene mucha razón el
dicho de que el roce hace el cariño.
Que venga una nueva criatura al
mundo siempre es una buena noticia. Si quien tiene la fortuna de ser el “hacedor”
es uno de estos sobrinos con los que has tenido este tipo de relación especial,
la noticia, además de buena, es conmovedora porque te trae a la memoria todos
esos recuerdos en los que se sustenta el especial vínculo que a ellos te une.
Pero la noticia, además, me ha
hecho un poco más viejo. No por una razón obvia de edad, que también, sino
porque te hace darte cuenta de forma cruda de la diferente forma que se tiene
de afrontar la vida según la edad. La visión conservadora que tenemos las personas que ya hemos superado los
50 nos hace darle un enfoque pesimista o no optimista – dada la situación
reinante en el país-, a la tenencia de hijos y al futuro para el que hay que
prepararlos. Pero una persona joven, afortunadamente, no lo ve así y lo que
piensa es que hay que “tirar pa´lante”, que a qué se va a esperar, que la vida es muy larga, etc.,
etc. Y, ¡coño¡, tienen razón. A la vida hay que enfrentarse con espíritu de
lucha y no desde la comodidad y el miedo o el susto vital permanente. Hecho de
menos la juventud cuando puedo constatar, como hoy, cómo se me ha envejecido el
enfoque psicológico.
La criatura que venga, sea
machote o fémina, acabará con la paridad que el actual número de sobrinos y
sobrinos-nietos impone. Pero sea niño o sea niña, espero que la naturaleza le
dote de los mejores genes y, dicho sea de forma figurada, sea mitad toro bravo mitad
caimán del Orinoco y que de cada uno de estos animales representativos de
España y Venezuela, la naturaleza le dé nobleza, fortaleza, bravura, capacidad
de adaptación a la vida, fuerza y paciencia. Como mínimo.
Enhorabuena a los padres.
Juventud, divino tesoro.
ResponderEliminarAlmu