miércoles, 2 de octubre de 2013

SE ACABARÁ, DE MOMENTO, LA PARIDAD


Hoy me llamó mi hermana Almudena para darme la buena nueva de que mi sobrino Pepe, Pepito para los íntimos, va a ser nuevamente padre. Sería su segundo hijo y mi tercer sobrino-nieto.

Aunque, para mí, sobrinos y sobrinos-nietos forman parte del mismo nivel de afectividad, seguramente porque somos pocos de familia en comparación con la enorme familia que constituíamos mis padres y hermanos con mis tíos y primos, en la que se podían establecer niveles de afectividad diferentes según edad y otros factores, y ese mismo nivel de afectividad me permite mayor contacto y mayor atención mental hacia todos ellos, es cierto que con los sobrinos nietos estoy descubriendo una nueva faceta en mi vida ya que  me levantan las ganas de tener nietos –sé que no es el momento todavía-, y me generan una ternura menos activa, como más contemplativa. Es decir, una afectividad de persona más mayor, distinta de la que tenía, cuando era joven, con mis sobrinos,  con los que tenía una relación más activa, sobre todo con los tres más mayores, Silvia, Álvaro y Pepe.

Mis tres sobrinos mayores son depositarios de unas maneras en la relación y de unas circunstancias que no se han dado con los otros sobrinos, lo que hace que esa relación haya sido especial por intensa. Circunstancias como el haber vivido en la misma casa, la de mis padres, y otras que implicaban mucho contacto, me han permitido participar en aspectos que normalmente quedan reservados a los padres, como puede ser darles el biberón, cambiarles los pañales o jugar mucho con ellos. Además, el roce se hacía más continuo y eso termina creando unos lazos que, aunque ya una vez transformados en personas adultas independientes la relación se transforma y hay menos contacto, permanecen en el recuerdo y forman el acervo de los aconteceres diarios que, capa sobre capa, hace que  unas afectividades sean distintas de otras.

Mi propia implicación con ellos, cuando eran unos niños, me permitió momentos inolvidables de todo tipo y formarán siempre parte de mi trayectoria vital.

En mi corazón están todos mis sobrinos y sobrinos-nietos –en él hay hueco para todo el que quiera entrar, yo mismo estoy sorprendido de todos los que caben-, pero tiene mucha razón el dicho de que el roce hace el cariño.

Que venga una nueva criatura al mundo siempre es una buena noticia. Si quien tiene la fortuna de ser el “hacedor” es uno de estos sobrinos con los que has tenido este tipo de relación especial, la noticia, además de buena, es conmovedora porque te trae a la memoria todos esos recuerdos en los que se sustenta el especial vínculo que a ellos te une.

Pero la noticia, además, me ha hecho un poco más viejo. No por una razón obvia de edad, que también, sino porque te hace darte cuenta de forma cruda de la diferente forma que se tiene de afrontar la vida según la edad. La visión conservadora que  tenemos las personas que ya hemos superado los 50 nos hace darle un enfoque pesimista o no optimista – dada la situación reinante en el país-, a la tenencia de hijos y al futuro para el que hay que prepararlos. Pero una persona joven, afortunadamente, no lo ve así y lo que piensa es que hay que “tirar pa´lante”, que a qué se va  a esperar, que la vida es muy larga, etc., etc. Y, ¡coño¡, tienen razón. A la vida hay que enfrentarse con espíritu de lucha y no desde la comodidad y el miedo o el susto vital permanente. Hecho de menos la juventud cuando puedo constatar, como hoy, cómo se me ha envejecido el enfoque psicológico.

La criatura que venga, sea machote o fémina, acabará con la paridad que el actual número de sobrinos y sobrinos-nietos impone. Pero sea niño o sea niña, espero que la naturaleza le dote de los mejores genes y, dicho sea de forma figurada, sea mitad toro bravo mitad caimán del Orinoco y que de cada uno de estos animales representativos de España y Venezuela, la naturaleza le dé nobleza, fortaleza, bravura, capacidad de adaptación a la vida, fuerza y paciencia. Como mínimo.

Enhorabuena a los padres.

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