Llegamos sobre las dos de la
tarde a Francia, hora local, que es la misma que la española.
A esta hora es ya tardísimo para almorzar
en Francia, por lo que o comíamos cualquier porquería en las cadenas de comida
rápida del aeropuerto o no comíamos.
Los franceses tienen muchas cosas
buenas como país, pero los horarios culinarios son desastrosos y para mí
inexplicables. El comercio no abre antes de las nueve y media de la mañana, pero
el almuerzo, y aquí no perdonan, se hace entre las doce del mediodía y las dos
de la tarde. Las 14:05 es el equivalente a llegar en España a un restaurante a
las 4:00 de la tarde y pretender que te den de comer: difícil.
Aparte de comer en un Fast Food
aeroportuario o no comer, teníamos la opción de entrar en un supermercado, que
habría que buscar, claro, y comprar algo de buen pan francés, un poco de un par
de variedades de exquisito queso del país y algo de fruta.
Descartamos todo lo anterior y
optamos por la última alternativa que nos quedaba, a saber, emprender camino
hacia Aviñón ya que todavía, para nosotros, era hora temprana para comer nada, Aviñón
estaba a menos de una hora de camino y quizá allí, al ser una ciudad turística,
podríamos encontrar algún lugar donde comer algo medio decente en "horario español".
Nos llovió por el camino y
pensamos que íbamos a tener mala suerte con la meteorología, pero no, fue algo pasajero ya que paró la
lluvia antes de llegar a Aviñón y ya no volvió a hacer acto de presencia ni ese
día ni los siguientes.
Las ciudades históricas se
reconocen inmediatamente. No hace falta que haya ningún cartel indicando tal
circunstancia. Sólo hay que ver la presencia que tienen cuando llegas al centro
urbano. En el caso de Aviñón llegas a la muralla que rodea toda la ciudad
medieval –merece la pena recorrerla aunque sea bordeándola en coche-, donde
puedes apreciar pequeños torreones que cada cierta distancia se repiten y el
estilo gótico en el que está construida esta hermosa muralla, aunque sorprende
el hecho de que no sea muy alta.
Al acceder en coche, nos fuimos
directamente al parking que hay en la zona del Palacio de los Papas, cuya salida
y acceso peatonal está en la preciosa plaza donde descansa el Palacio Papal.
Pensando que esta plaza
constituía el centro del ambiente de la ciudad, decidimos, acuciados ya por la
gazuza y sin ganas de ponernos a buscar a ciegas otros lugares donde comer
algo, tomarnos unos sánwiches en uno de los escasos locales que había en dicha
plaza.
Ya saciados visitamos el entorno
del Palacio y las edificaciones de su alrededor, todo de una destacable belleza
armónica.
Posteriormente, decidimos caminar
por la ciudad y nos sorprendió que fuera del recinto medieval por el que es
conocida la ciudad, se adentra uno en un centro urbano hermosísimo, acorde, en
sus dimensiones, a una ciudad pequeña como Aviñón, con toda la grandeza que
tienen las ciudades francesas con esos edificios tan majestuosos de líneas
arquitectónicas de la época del Imperio de Napoleón III.
El centro estaba animadísimo,
lleno de cafeterías, terrazas y restaurantes por todas partes además de un
comercio de una cierta calidad que, en algunas calles, llegaba a tener un punto elitista por la calidad de
lo que podías contemplar en los escaparates, pero, sobre todo, por los precios
que se indicaban.
Un entramado anárquico de calles,
todas con muchas casas semi palaciegas de hermosas líneas fue el trazado que
recorrimos en nuestro paseo para, finalmente, salir del recinto amurallado por
la zona del Puente de Aviñón (Pont d´Avignon o Pont du St. Bénézet), sobre el
río Ródano, aunque actualmente no lo cruza sino que se queda a la mitad del río
porque éste, en sucesivas crecidas, lo destruyó parcialmente, tal es su caudal.
Cuando estás en el puente o sus
alrededores y lo ves en toda su majestuosidad, no puedes evitar que se te venga
a la memoria, o a la boca, la famosa canción –aunque sea en un francés de
pacotilla- : “Sur le pont d´Avignon on y danse…” (o algo así).
Pero si el puente o lo que resta
de él es bonito, el río Ródano, que está vivo y se mueve, a diferencia del
puente, lo es mucho más y realza la belleza del puente, de la muralla y, si
pasas a la otra orilla del río, de lo que asoma del Palacio de los Papas.
Siempre pensé que sabía lo que
era un río, hasta que vi por primera vez en mi vida los grandes ríos europeos,
el Rhin, el Danubio, el Ródano, el Garona. En España hay grandes ríos, pero se
quedan en nada cuando ves uno de los europeos. Son impresionantes.
Merece la pena pasar una tarde
noche en Aviñón, sin duda.
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