martes, 22 de octubre de 2013

AVIÑÓN





Llegamos sobre las dos de la tarde a Francia, hora local, que es la misma que la española.

A esta hora es ya tardísimo para almorzar en Francia, por lo que o comíamos cualquier porquería en las cadenas de comida rápida del aeropuerto o no comíamos.

Los franceses tienen muchas cosas buenas como país, pero los horarios culinarios son desastrosos y para mí inexplicables. El comercio no abre antes de las nueve y media de la mañana, pero el almuerzo, y aquí no perdonan, se hace entre las doce del mediodía y las dos de la tarde. Las 14:05 es el equivalente a llegar en España a un restaurante a las 4:00 de la tarde y pretender que te den de comer: difícil.

Aparte de comer en un Fast Food aeroportuario o no comer, teníamos la opción de entrar en un supermercado, que habría que buscar, claro, y comprar algo de buen pan francés, un poco de un par de variedades de exquisito queso del país y algo de fruta.

Descartamos todo lo anterior y optamos por la última alternativa que nos quedaba, a saber, emprender camino hacia Aviñón ya que todavía, para nosotros, era hora temprana para comer nada, Aviñón estaba a menos de una hora de camino y quizá allí, al ser una ciudad turística, podríamos encontrar algún lugar donde comer algo medio decente en "horario español".

Nos llovió por el camino y pensamos que íbamos a tener mala suerte con la meteorología,  pero no, fue algo pasajero ya que paró la lluvia antes de llegar a Aviñón y ya no volvió a hacer acto de presencia ni ese día ni los siguientes.

Las ciudades históricas se reconocen inmediatamente. No hace falta que haya ningún cartel indicando tal circunstancia. Sólo hay que ver la presencia que tienen cuando llegas al centro urbano. En el caso de Aviñón llegas a la muralla que rodea toda la ciudad medieval –merece la pena recorrerla aunque sea bordeándola en coche-, donde puedes apreciar pequeños torreones que cada cierta distancia se repiten y el estilo gótico en el que está construida esta hermosa muralla, aunque sorprende el hecho de que no sea muy alta.

Al acceder en coche, nos fuimos directamente al parking que hay en la zona del Palacio de los Papas, cuya salida y acceso peatonal está en la preciosa plaza donde descansa el Palacio Papal.

Pensando que esta plaza constituía el centro del ambiente de la ciudad, decidimos, acuciados ya por la gazuza y sin ganas de ponernos a buscar a ciegas otros lugares donde comer algo, tomarnos unos sánwiches en uno de los escasos locales que había en dicha plaza.

Ya saciados visitamos el entorno del Palacio y las edificaciones de su alrededor, todo de una destacable belleza armónica.

Posteriormente, decidimos caminar por la ciudad y nos sorprendió que fuera del recinto medieval por el que es conocida la ciudad, se adentra uno en un centro urbano hermosísimo, acorde, en sus dimensiones, a una ciudad pequeña como Aviñón, con toda la grandeza que tienen las ciudades francesas con esos edificios tan majestuosos de líneas arquitectónicas de la época del Imperio de Napoleón III.

El centro estaba animadísimo, lleno de cafeterías, terrazas y restaurantes por todas partes además de un comercio de una cierta calidad que, en algunas calles, llegaba  a tener un punto elitista por la calidad de lo que podías contemplar en los escaparates, pero, sobre todo, por los precios que se indicaban.

Un entramado anárquico de calles, todas con muchas casas semi palaciegas de hermosas líneas fue el trazado que recorrimos en nuestro paseo para, finalmente, salir del recinto amurallado por la zona del Puente de Aviñón (Pont d´Avignon o Pont du St. Bénézet), sobre el río Ródano, aunque actualmente no lo cruza sino que se queda a la mitad del río porque éste, en sucesivas crecidas, lo destruyó parcialmente, tal es su caudal.

Cuando estás en el puente o sus alrededores y lo ves en toda su majestuosidad, no puedes evitar que se te venga a la memoria, o a la boca, la famosa canción –aunque sea en un francés de pacotilla- : “Sur le pont d´Avignon on y danse…” (o algo así).

Pero si el puente o lo que resta de él es bonito, el río Ródano, que está vivo y se mueve, a diferencia del puente, lo es mucho más y realza la belleza del puente, de la muralla y, si pasas a la otra orilla del río, de lo que asoma del Palacio de los Papas.

Siempre pensé que sabía lo que era un río, hasta que vi por primera vez en mi vida los grandes ríos europeos, el Rhin, el Danubio, el Ródano, el Garona. En España hay grandes ríos, pero se quedan en nada cuando ves uno de los europeos. Son impresionantes.

Merece la pena pasar una tarde noche en Aviñón, sin duda.

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