Mañana viene mi hija Jimena a
cenar a casa. Es martes y puede parecer un día no muy oportuno para cenar
juntos, sobre todo cuando ella se tiene que desplazar 30 kms desde Jerez.
Podría pensarse que un sábado o
un viernes por la noche es mejor ocasión por aquello de que al día siguiente no
hay que trabajar y se puede prolongar más la velada. Sin embargo,
el hecho de que sea un día laboral en medio de la semana tiene su punto, que se
dice. Permite compartir los hábitos, los sonidos, las costumbres culinarias de
los días laborables, que son radicalmente distintas de los días de descanso.
Bien es verdad que ese día se cena de forma excepcional en cuanto al tipo de
comida ya que se prepara algún plato del gusto de ella, a cuyo fin es
debidamente sondeada por Susana con carácter previo o bien Susana tira de
alguno de los platos que sabe están dentro de sus preferidos. La otra
excepcionalidad es que me tomo una copa de vino ya que los días laborables no
tomo bebidas alcohólicas. Una mesa familiar en la que se sienta alguien que no
lo hace todos los días merece esas excepciones, y la copa de vino sirve para
animar la conversación. Por supuesto, Jimena no bebe ni una gota de alcohol
porque tiene que conducir de vuelta a Jerez y eso no tiene la más mínima
excepción.
Suele llegar temprano, aunque eso
depende de la hora en la que acabe las clases, que las tiene por las tardes.
Así que tenemos un ratito antes de la cena para charlar tranquilamente y
ponerme al día de las últimas novedades o de ahondar en aquellas que ya conozco
pues el cara a cara así lo permite.
La conversación se prolonga
mientras preparamos la cena en ese ambiente tan agradable que da el trajín de
coger y colocar platos, cubiertos, vasos y copas, y demás elementos de la mesa
como la cesta del pan, los picos, etc., mientras Susana termina de preparar lo
que vamos a tomar y los olores de la comida lo van envolviendo suavemente todo.
En la mesa, se unen a la reunión
y conversación Antonio y Gonzalo, los hijos de Susana, que hasta ese momento habrán
estado estudiando o terminándose de duchar después del entrenamiento deportivo
que tanto les estrecha el horario para las restantes actividades.
Tienen una relación de cariñoso
respeto mutuo, y me llama la atención y me hace mucha gracia la reverencia con
la que contemplan Antonio y Gonzalo a Jimena, supongo que por la diferencia de
edad y por lo guapa que la ven. Se caen bien unos a otros y ellos se interesan
por las cosas de ella y ella por las cosas de ellos.
Pero lo que más me gusta de
cuando viene a cenar es el ratito en el que, al terminar, nos sentamos en el
sofá a charlar o a ver algo en la televisión y Jimena se sienta a mi lado y
apoya su cabeza en mi hombro o me coge la mano o me acaricia la mano o
cualquier otro gesto cariñoso.
Todo lo bueno se acaba y toda
magnífica velada no iba a ser menos, así que sobre las 11 de la noche se
despide y se va para Jerez, con la única obligación de llamarme en cuanto
llegue y la promesa de que se repetirá, de lo que no tengo ninguna duda.
Los días que viene, duermo a “la
pata la llana” y me dan energía, mucha energía a mí y a Susana que me ve tan
feliz.
Me encanta ver escrito el nombre de Jimena, yo siempre la llamo así.
ResponderEliminaralmu