martes, 8 de octubre de 2013

JUSTO DETRÁS DEL MURO


Sales al jardín por la noche o sales a tirar la basura una vez que ya es noche cerrada y puedes percibir la naturaleza con más claridad que si fuera pleno día.

Vivo en un lugar recién urbanizado en el que tan solo hay tres casas construidas -se ve que a las demás parcelas les ha cogido la crisis de por medio o el miedo a la crisis-, y es un espacio recién ganado  a la naturaleza, es decir, que antes de la intervención humana, era una zona salvaje previa a una pinaleta o bosque de pinos piñoneros, no un bosque enorme, pero bosque al fin y al cabo, si por bosque entendemos sitio poblado por árboles y matas. Y esta parte previa al bosque estaba llena de grandes matorrales silvestres y de árboles aislados como melias, pinos marítimo y alguna que otra acacia tricanta, de los que quedan apenas cinco ejemplares que, a buen seguro, cuando se construyan todas las parcelas, desaparecerán.

Pero como el lugar está recién ganado a la Naturaleza, ésta no se resiste a renunciar al lugar y en todo el espacio que no está construido todavía, los grandes matorrales lo invaden todo e incluso se atreven a invadir con sus ramas semicolgantes el espacio sobre las aceras, allí por donde está previsto que caminen las personas. No sé qué tipo de matorral es el predominante, pero por el tipo de hoja, el tamaño de los arbustos, el tipo de hojas, diría que forman parte de la familia de las mimosas, aunque no tengo ahora mismo la certeza de haberlas visto en flor con los característicos puntos amarillos. No digo que sean mimosas de las que acostumbramos a ver junto a las cunetas en las carreteras, sino alguna especie parecida; es como si esas mimosas que todos conocemos hubiesen sido sobremineralizadas y sus hojas hubiesen crecido el triple de su tamaño, por eso sé que no son las comunes de todos conocidas, sino alguna pariente, aunque sea lejana. Seguiré observando y cuando llegue la floración de las mimosas allá por el invierno ya mediado, comprobaré si florecen como espero. El invierno pasado no viví allí más que el final del mismo y, con el jaleo de la mudanza y la novedad de la casa, la verdad, no recuerdo haberlas visto en flor.

Otra cosa por la que noto que la Naturaleza fuerte y portentosa se niega a abandonar el lugar es por lo rápido que han crecido estos arbustos en el lugar, pues cuando se estaban construyendo las tres casas que ahora mismo hay en el lugar, incluso ya una vez terminadas, aquello estaba totalmente ausente de este tipo de plantas, o eran muy incipientes y no se notaba su presencia pues tan sólo se veía la hierba, que sí estaba por todas partes.

Los animales que allí viven, hablo de animales menores claro, como hormigas, caracoles, lagartijas, lirones, ratoncitos de campo, insectos de una variedad increíble, tienen sus costumbres atávicas establecidas y en su inteligencia mínima se ve que no entienden que, si en el camino que ellos y sus antepasados vienen haciendo de ida a buscar comida y vuelta al nido pasaba por el terreno que ahora ocupa la casa, deban cambiar el recorrido, pero ellos no van a cambiar la costumbre por la construcción, así que, si observas detenidamente todos los días, puedes ver, por ejemplo, un tropel de caracoles atravesando de este a oeste el espacio, aunque ello suponga encontrarse con una pared de diez metros de alta, que hay que subirla, recorrer el tejado de la casa y después bajarla, para después subir el muro exterior y bajarlo nuevamente. Qué paciencia tienen estos bichitos, está claro que los objetivos, para ellos, son irrenunciables, como si fueran de Esquerra Republicana de Catalunya.

Lo mejor de todo, o casi lo mejor, es en primavera y verano cuando aparecen unas pequeñas aves rapaces, yo las llamo  ratoneras pero realmente no sé qué rapaces son, y a una altura de unos diez a quince metros se mantienen en un punto fijo en el aire mediante un continuo contoneo de la cola trasera y pequeños movimientos de las alas que las mantienen extendidas todo el tiempo, para, zas, repentinamente, dejarse caer en picado sobre el terreno y, en un último y acrobático movimiento que hace de punto de inflexión en la trayectoria del ave y donde deja de bajar para comenzar a subir, coger con las garras un pequeño ratoncito. La mayoría de las veces abortan la operación a medio camino, pero otras, las menos, consiguen su objetivo. Esto es digno de verse. Te quedas extasiado.

Pero decía al principio que por la noche notas más que de día la naturaleza y es porque, cuando sales al exterior de la casa, puedes oír, en el silencio reinante, multitud de ruidos de animales como si estuvieras dentro de un bosque.  Imaginas todas las rapaces nocturnas que en ese momento te están observando y te recorre un escalofrío por el cuerpo.

Y el colmo de la belleza nocturna de esta peculiar naturaleza, aunque con un componente urbano, es cuando consigues ver una lechuza remontando el vuelo después de cazar un ratón de campo y pasa volando iluminada por el haz de luz de una farola -son farolas de las altas que parecen delgados gigantes que miran permanentemente hacia abajo- y el animal despliega las alas majestuoso y de forma lenta pero con fuerza porque trata de remontar el vuelo. La ves por un par de segundos iluminada por la farola para, inmediatamente, desaparecer en la oscuridad.

Hermoso, realmente hermoso. Y todo está ahí, justo detrás del muro del jardín. Hasta que construyan, claro.

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