miércoles, 18 de septiembre de 2013

COMPAÑEROS DE TRABAJO


Hoy ha venido a vernos una compañera que compartió cargas laborales durante unos cuantos años en el Departamento en el que trabajo. Ella es administrativa, magníficamente formada y mejor persona, con una capacidad de trabajo muy destacable. Yo, como responsable del Departamento, sabía que lo que le encargara a ella llegaba a buen puerto sin problema ninguno y si se vislumbraba alguno, se anticipaba al problema y aportaba la solución o la vía para neutralizarlo o para minimizar sus consecuencias.

Mientras estuvo con nosotros jamás dio pie a ningún conflicto en las relaciones personales que tan intensas son en los centros de trabajo y que suelen ser fuente de conflictos por la diversidad de caracteres y personalidades, y por la diferente forma de entender las cosas que tenemos las personas según los intereses que cada uno persiga en cada momento.

Realmente la gestión de las personas en los centros de trabajo es un aspecto superimportante y cuando digo gestión de la personas no estoy diciendo gestión de los trabajadores.

Me explico.

Gestionar trabajadores es sacarle el máximo provecho a los recursos humanos que te asignan para conseguir el objetivo laboral que te viene dado o acercarte el máximo posible a ese objetivo. Es decir, que hablamos, desde esa perspectiva, de aspectos tales como la organización del trabajo, el análisis del proceso, descripción del mismo, detección de los puntos negativos, adopción de medidas correctoras, gestión de la calidad, etc., etc.

Ahora bien, gestionar personas es algo muchísimo más complejo ya que el terreno que  pisas en este campo es un terreno muy resbaladizo al entrar de lleno en los sentimientos de las personas y en las emociones de las personas y en esta materia la variabilidad es infinita y no hay reglas fijas para no tropezar.

Tienes que tratar con compañeros bajo tus órdenes no sólo teniendo en cuenta cómo es cada uno sino tratando de evitar y apagar las fricciones que se producen entre los componentes del grupo, que son constantes, variadas y algunas endémicas.

Tan solo se cuenta con una herramienta potente y ésta es la autoridad que te da el ser el jefe. Pero cuidado, porque esta herramienta indebidamente utilizada puede estallarte en la cara y tener un efecto boomerang terrible. No obstante y afortunadamente, es claro que todos coinciden en que hay un “interés general”, que es el interés de la empresa, que constituye la línea infranqueable que, si proyectas la decisión desde esa perspectiva y  hay real objetividad en la misma, hace que lo que finalmente decidas sea acatado sin mayor conflicto. A veces  hay que dar tiempo para que se asimilen las decisiones que se toman y para que baje la temperatura emocional, pues cuando ésta llega a los estándares de normalidad las personas suelen entender que la decisión, si no ha sido arbitraria sino fundada y explicada, se ha tomado con criterio objetivo y sin ánimo de ir contra nadie.

Es importante dejar siempre claro que las decisiones no son dogmas, sino criterios con una o varias razones que los justifican y que, si la actuación que se lleve a cabo conforme a esa decisión  pone en evidencia un error o un acierto incompleto, deben, tras el debido análisis, corregirse, adaptarse o dejarse sin efecto.

Pero lo que quería yo destacar hoy no es la complejidad de “gestionar” los aspectos emocionales en el trabajo sin herir a nadie y sin hacer dejación de la autoridad que como jefe se te ha encomendado, sino cómo los vínculos de amistad que se generan en el trabajo no pasan de ser, en la inmensísima mayoría de los casos, relaciones superficiales.

Lo digo al hilo de lo que he visto cuando llegó hoy la compañera que me ha movido a realizar el comentario de hoy. Justo cuando llegó todos nos levantamos a saludarla con un sentimiento real de satisfacción de verla nuevamente –estoy convencido de ello-, pero pasados los cinco primeros minutos de conversación, fueron haciéndose una especie de pequeños silencios porque se agotaba el repertorio de preguntas propias de estos caos (¿qué tal te va?,¿dónde estás exactamente ahora?, ¿es muy distinto el trabajo, ¿quién es tu jefe?, ¿y tus niñas qué tal?....y poco más). Se me vino a la memoria el día que nos dejó porque no pudo ser contratada más en nuestro centro y la contrataron en otro hospital. Cómo lloraban las compañeras, cómo se abrazaban en acto de duelo. (Es verdad que yo en aquel momento me decía a mí mismo, respecto de la situación que se le presentaba con el cambio de hospital y, con ello, de ciudad, “qué putada, qué putada”)

Este tipo de situaciones, que no son infrecuentes, siempre me hace pensar lo mismo, que somos unos superficiales en las relaciones con los compañeros de trabajo, aunque estas relaciones puedan ser divertidas, llenas de complicidad, y con algo de afectividad.

Pero, la verdad, transcurridos dos días desde la marcha del compañero, salvo contadísimas excepciones, nadie se acuerda del que se fue.

La vida laboral, en este tema, es como una noria de pozo para sacar agua donde roto un cangilón, se sustituye por otro.

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