jueves, 19 de septiembre de 2013

RUIDO EN EL SÓTANO (MICRORRELATO)

Se tomó el último sorbo de la taza de té, la depositó en el fregadero y fue a ver qué ruido extraño era ese que de vez en cuando se producía en el sótano. Al menos parecía que el ruido procedía del sótano de la casa.

Antes de terminar el té, mientras lo apuraba con la rapidez que la alta temperatura de la infusión le permitía, llamó  en voz alta, en dos ocasiones, intercalando sus nombres, a cada uno de sus dos hijos por si fueran ellos los que estaban en el sótano por haber vuelto antes de tiempo de los entrenamientos del equipo de fútbol al que pertenecían. Nadie contestó. Llamó, esta vez en voz más alta, como para asegurarse de que se pudiera escuchar su voz en el sótano, a su compañero de avatares de la vida, como ella le llamaba. Tampoco hubo respuesta.

Qué raro, pensó. Parece que hay alguien trasteando y moviendo cosas en el sótano. Seguro que está con los cascos puestos escuchando la radio y no se entera. Voy a ir a ver.

Aunque había luz suficiente y en ningún momento, en toda la tarde, se había sentido sola ni había tomado consciencia de ello, algo en su interior le hizo que se alertara. Un súbito repeluco le recorrió la espalda hasta llegar a la nuca y se intranquilizó.

Se dirigió a las escaleras y comenzó a bajarlas, iniciándose  una sinfonía de crujidos de la madera al pisar los escalones que la asustó e hizo que se parara en seco. Nunca había reparado en lo que, allí, se amplificaba el sonido de las pisadas. Será el silencio reinante en la casa – pensó-

Tomó aire y reanudó la bajada al tiempo que comenzaba a llamar a los niños por sus nombres, hasta que llegó a la puerta de acceso al sótano, que extrañamente estaba cerrada pues no era costumbre cerrarla.

-El viento. Mira que le tengo dicho a los niños que anclen la puerta para evitar los portazos.

Abrió la puerta, accedió al sótano de amplias dimensiones que se encontraba suficientemente iluminado a través de las ventanas que estaban –observó-  perfectamente cerradas y vio que no había nadie, que todo estaba en su sitio, aunque pudo ver que la mecedora bajo la lámpara de pie estaba en movimiento como si alguien que estuviera sentado en ella acabara de levantarse bruscamente.

Quedó paralizada, pero pudo entender que no había nadie en el lugar, lo que la tranquilizó. Se acercó a la mecedora para parar su movimiento y vio que sobre la misma estaba el libro que ella había estado leyendo toda la tarde. Justo en ese momento pudo escuchar  muy nítidamente el crujir de la escalera y su propia voz repetidamente llamando en voz alta a sus hijos y a su compañero de avatares de la vida, como ella le llamaba.

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