domingo, 29 de septiembre de 2013

COSCÓN



¿Cuánto tiempo se puede uno quedar extasiado delante de la chimenea mirando el fuego sin cansarse, un día de invierno de mucho frío?. ¿Cuánto tiempo puede uno quedarse mirando el mar sin cansarse, un día de primavera despejado y sin viento?. Depende de cada uno y de las circunstancias, pero todos pensamos que podríamos hacerlo casi eternamente.

Hay muchas acciones que, aunque parezca contradictorio, implican intrínsecamente pasividad, como las mencionadas, que por ser ambas cosas, acción y pasividad, tienen la capacidad de producir una sensación de placer que a todos nos gusta.

Ayer sábado y hoy domingo por la mañana hemos tenido en casa a varios amigos de Gonzalo, el pequeño de Susana, que, como es propio en plena adolescencia, ha querido pasar con los amigos una noche en blanco o no tan en blanco pero que de alguna manera implica estar despierto hasta altas horas de la madrugada. Han sido cuatro amigos los  que se han quedado a pasar la noche.

El ruido y el escándalo ha sido el propio de este tipo de reuniones nocturnas, pese a las advertencias, amenazas y admoniciones que, tanto antes de empezar la noche como cuando nos fuimos a la cama, se llevaron a cabo  por Susana y por mí mismo.

Todo ha sido, pese al ruido y las risotadas que se oían, conforme a lo previsto pues ya sería llamativo que cinco chiquillos de 14 y 15 años pasaran la madrugada en silencio y yéndose a dormir a las 11 de la noche de un sábado. Afortunadamente, no pasaron ninguna línea que hubiera supuesto que pasaran la noche al raso, aunque no creo que Susana me hubiera dejado tomar una medida de este tipo.

Yo, sin embargo, en la casa de mis padres en Valdelagrana, en una ocasión en que se quedaron unos amigos del colegio a dormir – tan sólo recuerdo de entre los que se quedaron a Juanito Belmonte, no sé quiénes eran el resto, aunque seríamos 4 conmigo-, recuerdo que mi padre, ya enfadado con el escándalo que estábamos montando en plena noche, nos sacó al garaje, que no era más que un techado adosado a la casa, y nos dejó toda la noche durmiendo allí sobre los cojines de los muebles del jardín. Lo pasamos de miedo, como corresponde a esa edad. Al menos así lo tengo en la memoria.

Se me vienen a la memoria otras ocasiones en que también hubo fuerzas antidisturbios en plena madrugada y mis amigos y yo o mis primos, mi hermano y yo fuimos puestos rápidamente bajo arresto para traer la tranquilidad a la madrugada.

Bien, este tipo de reuniones, que tienen más de inocente que de culpable, el mayor inconveniente que arrastran es que duermes mal o te despiertas en varias ocasiones a lo largo de la noche porque escuchas ruidos a los que no estás acostumbrado. Cuando te despiertas, estás cansado y terminas tumbándote en el sofá una vez que has desayunado para intentar recuperar fuerzas.

Puedes leer el periódico, oír música o ver algo de televisión. O no hacer nada, esperando que te llegue el sueño para dar una cabezadita y recuperarte de cansancio.

Y así estaba yo esta mañana. Pero tuve la suerte de que el día amenazaba lluvia y venían de poniente unas nubes algodonosas preñadas de agua que, a esa hora de la mañana, se intercalaban con grandes claros –la lluvia vendría más avanzado el día-, y eso atrajo mi atención. Empecé a dar forma a las nubes que pasaban y a ver caras de enanos, indios, monstruos, harpías y otros animales fantásticos. Desde el sofá veía las nubes, y me extasiaba con ellas. Estuve bastante tiempo en esa” acción pasiva” y podría haber estado así el día entero pero, en un momento dado, Susana vino y me ofreció darme un masajito, más bien hacerme cosquillas, en la cabeza y en la espalda y, la verdad, si placentero es estar ante la chimenea en invierno, ver el mar en primavera, o extasiarse ante las figuras caprichosas de las nubes matutinas tras una noche no bien descansada, mucho más es que te toqueteen la espalda o la cabeza. Me encanta.

Soy un auténtico coscón.

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