Ya está aquí el fin de semana.
Para mí esto significa uno o dos días de alto en las limitaciones en el comer y
el beber. No quiero decir que llegado el fin de semana me ponga a comer con
gula y desordenadamente y a beber hasta caer desmayado como si fuera un
hooligan. Nada de eso.
Lo que ocurre es que soy persona que
si como 100 gramos
de alimento engordo 200
gramos , y si lo que como lo acompaño de una copita de
vino, mi peso aumenta 250
gramos ; y si dos copitas, 300 gramos . Además, como
castigo añadido, no engordo homogéneamente por todo el cuerpo –gracia de la que
carezco-, sino que todo va al “flotador” (un flotador deforme que se hincha más
por delante y los lados que por detrás) y a la cara.
Cuando uno tiene esa genética, y
además es de extremidades delgadas como yo, el cóctel es peligroso. La
solución, nunca definitiva, pasa por hacer ejercicio abundante y por comer como
un herbívoro los días laborables y hacer excepciones los fines de semana,
entendiendo por excepción no la cantidad sino el tipo de alimentos.
Cuando llega el viernes ya estoy
soñando con que no voy a tomar cerveza sin alcohol y que esa noche o al día
siguiente, a lo más tardar, voy a comer algún plato de los que me encantan y,
por supuesto, a tomarme una copita de vino o dos.
Susana, que sabe de este esfuerzo
y represión míos – con resultado, por
cierto, que quizá se quede en un aprobado por los pelos-, conocedora como es de
mi gusto por el vino fino, suele preparar los viernes para almorzar algún tipo
de plato (sólo un plato, todavía es día laboral, aunque sea viernes) compatible
con este vino (desde mi personal opinión del maridaje). Me bebo una o dos
copas, por supuesto en catavino, y con el vino muy frío. Puedo decir que el
placer es inmenso. Eso sí, por la tarde, antes de salir a cenar con los amigos,
momento en el que realmente empieza el fin de semana, me voy al gimnasio a
quemar las dos copitas de fino. Vino que, por cierto, tan sólo suelo tomar los
viernes al mediodía y en el aperitivo del sábado.
Así que como os digo, llegado el
viernes la boca se me empieza a hacer agua a partir de las 12: 00 del mediodía
y empiezo a recrearme con el plato que me gustaría tomar en la cena y por el
que finalmente me decante determinará el restaurante donde vaya a cenar. Ni que
decir hay que la decisión es consensuada con Susana, ya que ella también tiene
sus preferencias y también está sometida a la disciplina que he comentado.
Hace tres semana probé por
casualidad en un garito de aspecto
mediocre una pasta con verduras riquísima. Pregunté a la italiana que lo
regenta qué hacía que el plato tuviese un sabor tan sublime y que la verdura
terminara teniendo un sabor que no era el esperado y me dijo que era por el
vino blanco, un poquito de queso y pimienta con el que hacía el jugo que
cohesionaba el plato. No sé si será eso o no, pero el plato está buenísimo.
Hoy creo que repetiré.
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