viernes, 13 de septiembre de 2013

FINDE


Ya está aquí el fin de semana. Para mí esto significa uno o dos días de alto en las limitaciones en el comer y el beber. No quiero decir que llegado el fin de semana me ponga a comer con gula y desordenadamente y a beber hasta caer desmayado como si fuera un hooligan. Nada de eso.

Lo que ocurre es que soy persona que si como 100 gramos de alimento engordo 200 gramos, y si lo que como lo acompaño de una copita de vino, mi peso aumenta 250 gramos; y si dos copitas, 300 gramos. Además, como castigo añadido, no engordo homogéneamente por todo el cuerpo –gracia de la que carezco-, sino que todo va al “flotador” (un flotador deforme que se hincha más por delante y los lados que por detrás) y a la cara.

Cuando uno tiene esa genética, y además es de extremidades delgadas como yo, el cóctel es peligroso. La solución, nunca definitiva, pasa por hacer ejercicio abundante y por comer como un herbívoro los días laborables y hacer excepciones los fines de semana, entendiendo por excepción no la cantidad sino el tipo de alimentos.

Cuando llega el viernes ya estoy soñando con que no voy a tomar cerveza sin alcohol y que esa noche o al día siguiente, a lo más tardar, voy a comer algún plato de los que me encantan y, por supuesto, a tomarme una copita de vino o dos.

Susana, que sabe de este esfuerzo y represión míos  – con resultado, por cierto, que quizá se quede en un aprobado por los pelos-, conocedora como es de mi gusto por el vino fino, suele preparar los viernes para almorzar algún tipo de plato (sólo un plato, todavía es día laboral, aunque sea viernes) compatible con este vino (desde mi personal opinión del maridaje). Me bebo una o dos copas, por supuesto en catavino, y con el vino muy frío. Puedo decir que el placer es inmenso. Eso sí, por la tarde, antes de salir a cenar con los amigos, momento en el que realmente empieza el fin de semana, me voy al gimnasio a quemar las dos copitas de fino. Vino que, por cierto, tan sólo suelo tomar los viernes al mediodía y en el aperitivo del sábado.

Así que como os digo, llegado el viernes la boca se me empieza a hacer agua a partir de las 12: 00 del mediodía y empiezo a recrearme con el plato que me gustaría tomar en la cena y por el que finalmente me decante determinará el restaurante donde vaya a cenar. Ni que decir hay que la decisión es consensuada con Susana, ya que ella también tiene sus preferencias y también está sometida a la disciplina que he comentado.

Hace tres semana probé por casualidad  en un garito de aspecto mediocre una pasta con verduras riquísima. Pregunté a la italiana que lo regenta qué hacía que el plato tuviese un sabor tan sublime y que la verdura terminara teniendo un sabor que no era el esperado y me dijo que era por el vino blanco, un poquito de queso y pimienta con el que hacía el jugo que cohesionaba el plato. No sé si será eso o no, pero el plato está buenísimo.

Hoy creo que repetiré.

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