domingo, 22 de septiembre de 2013

HOY COMEMOS EN CASA



Algunas veces los domingos decidimos no ir a comer a ninguna parte y quedarnos en casa. No porque estemos aburridos o estemos ya con la cartera con más telarañas que billetes aunque, algunas veces, sea por esto último. En general el quedarnos en casa y prepararnos la comida es una elección puramente hedonista, ya que lo que andamos buscando es tranquilidad y la posibilidad de conversar sin interrupción; normalmente cuando hacemos esto o los niños están fuera el fin de semana o ese día no van a comer en casa.

Lo de conversar, dicho en expresión de aquí: lo de charlar, es lo nuestro. Charlamos por los codos y no paramos. Nos encanta conversar el uno con el otro. Algunas veces –nos ha pasado al menos en dos ocasiones- hemos ido al cine y en la espera hasta que termine la sesión anterior mientras compramos las palomitas, nos hemos distraído con la conversación y hemos terminado entrando en la sala al menos 10 o 15 minutos después de comenzada la película. Parece de tontos, quizá lo sea, pero nos ha ocurrido.

Recuerdo también una ocasión en el hammán de Chiclana que  nos tuvieron que avisar de que la sesión había concluido  porque nos pusimos a charlar tan a gusto en el agua templada y ni cuenta de que el tiempo había pasado y que todos se habían marchado.

El domingo que nos quedamos en casa a comer, obviamente, nos preparamos  nosotros la comida y eso también forma parte del atractivo de quedarse. Nos metemos los dos en la cocina y, aunque Susana tiene en esto del cocinar las riendas, nos ponemos mano a mano a preparar lo que previamente se haya decidido.

Yo hago labor de pinche. Susana, de cocinera. Susana es una magnífica cocinera, pero yo soy un magnífico pinche. Y una buena cocina sin un buen pinche ni es cocina ni es nada.

Me coloco a un lado de la zona de trabajo y Susana se coloca enfrente, pongo un refresco para ella –normalmente una coca-cola light con hielo y limón- y yo me pongo una copa de vino tinto o blanco dependiendo de qué sea lo que vayamos a comer.

Pero estoy seguro que si hubiese alguien observando no sería lo que charlamos lo que le llamaría la atención sino la limpieza y el orden con que nos movemos y actuamos en la cocina. Creo que es algo neurótico, pero no entendemos trabajar en la cocina de otra forma. Se ensucia, es consustancial a cocinar y preparar comida, pero después de cada paso, y digo de cada paso, se limpia, pues no admitimos –en nuestra casa, claro- que se pueda hacer de otra forma.

Esta obsesión por mantener limpio el campo de operaciones tiene  ventajas tales como que cuando acabas todo está ya recogido y, sobre todo, para los que comemos en la misma cocina, porque terminas disfrutando de la comida en un sitio ordenado y limpio, lo que también es esencial para disfrutar de las cosas del comer.

Nos encanta comer lo preparado en una mesa bien puesta, elegantemente puesta, lo que no quiere decir con elementos caros ni mucho menos, sino llena de color, con manteles y recipientes coloridos, con todos los tipos de cubiertos que se  vayan a necesitar según los diferentes platos que se vayan a tomar, con copas adecuadas al vino que se toma, etc., etc.

Desde que empezamos a preparar hasta que terminamos de recoger la mesa tardamos unas tres horas, pero son absolutamente relajantes y exorcizantes. Es un periodo de confidencias, de comunicar ilusiones, y también de realidades pequeñas y grandes, pero todo ello hablado alrededor de una buena comida – en preparación o ya preparada y comiéndola- y de un buen vino –o refresco, para el caso de Susana-, se convierte en algo sutil.

Para terminar siempre nos tomamos un té que es costumbre aportada por mí. Lo hacemos en el sofá y una vez que lo hemos recogido todo.

El té, caliente en invierno y frío, hielo y limón, en verano.

Como una imagen vale más que mil palabras, la foto que he puesto al principio de la entrada se corresponde con un domingo de los que hablo. Mi labor de pinche para preparar pasteles de verduras, puesta a disposición de la cocinera como en el mercado de las especias de Estambul ( por cierto, mucho más espectacular que el afamado Gran Bazar de la misma ciudad)

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